sábado, 22 de mayo de 2010

REPUBLICA, GUERRA CIVIL Y TOROS y VIII




LA MAYOR PARTE DE LAS GANADERIAS FUERON EXTERMINADAS Y AFECTADAS POR LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

El toro bravo sirvió para paliar la “hambruna” en zona republicana y sólo se lidió en zona nacional


Por El Zubi
La guerra civil española afectó gravemente a la cabaña de toro bravo española debido fundamentalmente, a las necesidades que en aquellos años se generaron de dar de comer a las tropas de ambos bandos, sobre todo a la tropa republicana, y también por venganzas populares de dar muerte y destrucción a lo que las hordas populares llamaban “señoritos del campo”. Hubo algunas razas de toro bravo que desaparecieron por completo del mapa ecológico. Por fortuna para nuestra cabaña de bravo, el exterminio de las vacadas tan sólo afectó seriamente a la zona centro de la península, la de Colmenar Viejo principalmente, y en menor medida, a otras radicadas en provincias como Toledo, Jaén, Córdoba, Ciudad Real, Guadalajara, Albacete, Cuenca... cuyos territorios, de manera total o parcial en sierras centrales o en la alta Andalucía, permanecieron hasta el final bajo el mando del Gobierno de Madrid.  Sin embargo, el mal estaba hecho y hubo algunas castas, sangres y razas de toro bravo que desaparecieron para siempre. En todo caso, este exterminio indiscriminado ha dejado secuelas para siempre en la tauromaquia.
Remontándonos al más lejano origen de la raza Jijona la encontramos en los ganaderos José y Manuel Jijón, famosa ya en el siglo XVIII, por la finura de su raza, se distinguió por las dificultades que ofrecían sus toros en la suerte suprema, la de matar, la más importante en aquellos tiempos. Eran toros listos que aprendían fácilmente y por tanto eran muy peligrosos. De la derivación de esta casta por la línea de Vicente Martínez (a consecuencia de subdivisiones por herencias y ventas a creadores de nuevas ganaderías), estaban ligados al origen de los Jijón los de Antonio Pérez, de Salamanca, una de cuyas partes  fue continuada por Juan Manuel Puente en 1936, que llevó a cabo una complicada selección con nuevos sementales de Fructuoso Flores, el marqués de Cúllar y Celso Pellón. Juan Manuel Puente Sanz fue asesinado por milicianos rojos en Colmenar Viejo el 19 de septiembre de 1936 y su ganadería totalmente exterminada.
Otra ganadería entroncada con la anterior al dividirse la rama de Vicente Martínez, era la  de Julián Fernández. La raza Jijona con cruces de Muñoz e Hidalgo dio nombre a la ganadería de la condesa de Salvatierra. Toros duros, bravos, celosos y buenos para la suerte de varas. Esta ganadería fue mejorando hasta llegar a posesión del  mencionado Julián Fernández Martínez,   a quien le sorprendió la guerra, sufriendo su hacienda las consecuencias de la misma por lo que la ganadería fue casi totalmente destruida. Al terminar la contienda se pudieron recuperar 46 vacas y 22 becerros, que más adelante fueron vendidos al duque  de Pinohermoso.
De la misma raza Jijona pero de la derivación del marques de Villasequilla (que fue fundada en Jaén en el siglo XVIII), parte de Agudo, era la ganadería de Antonio Pérez de Herrarte Orellana, marqués de Albaida, de Madrid, aniquilada casi por completo. Las reses recuperadas fueron vendidas al por menor, a tratantes, desapareciendo así la rama totalmente. La raza Jijona que ha sido importantísima para el desarrollo del toro bravo, continuó también a través de la rama de Gil Flores, ganadero de Vianos (Albacete), que en el siglo XVIII ya hizo algunos cruces para depurar la casta con sangre directa del tronco antecesor. En el siglo XIX se hicieron algunas subdivisiones y ya en 1936 eran propietarios de una de las partes los ganaderos Demetrio y Ricardo Ayala López, de Ciudad Real. Ambos fueron asesinados el 17 de diciembre de 1936, fusilados en Carrión de Calatrava, además del hijo de este Ricardo Ayala Cueva. La ganadería quedó tan esquilmada  que sus herederos enajenaron las escasas reses que pudieron salvarse de la guerra. Derivada del mismo tronco era la rama  de Agustín Flores, fundada en Pañascosa (Albacete) en 1830. Tras sucesivas herencias y particiones, mejorada con sangre ibarresa, en 1936 era su propietaria Manuela Agustina López Flores. Le fue incautada por el Frente Popular, que envió las reses al matadero directamente, y los residuos que dejaron no sirvieron para rehacer la ganadería. Desapareció.
Manuel Aleas  fue el continuador, en el siglo XVIII,   de otra de las ramas de Jijón, llegó a alcanzar un gran renombre en Madrid. La ganadería de Colmenar Viejo se subdividió. Antonio Arribas, propietario de una parte, no pudo hacer realidad sus ilusiones de criador. La ganadería desapareció totalmente en los primeros meses de la guerra. Otra parte, la de Manuel García Aleas, de Colmenar Viejo, quedó reducida a 45 vacas y un semental; la mitad de las reses morirían poco después a consecuencia de las sequías de los años 1944 y 45. En el siglo XVII, en Colmenar Viejo, José Rodríguez formó ganadería con raza jijona, que derivó en parte por herencia, a Manuela Bañuelos, que introdujo mejoras selectivas con sementales de Saltillo. En 1926 fue a parar esta ganadería a Leopoldo Abente García de la Torre, y diez años mas tarde, recién empezada la guerra fue totalmente aniquilada. 

 
Otra de las razas que recibieron un duro golpe en la contienda fue la raza Vistahermosa. Creada en 1770 por Pedro Luis de Ulloa, conde de Vistahermosa que compró la vacada unos años antes a los hermanos Rivas,  de Dos Hermanas en Sevilla. Esta ganadería ha pasado a ser una de las básicas que todavía hoy enriquecen la casta de muchos hierros. Más tarde, al dividirse un lote fue a parar a Joaquín Giráldez y una pequeña punta fue cedida más tarde al canónigo de la catedral de Sevilla, Diego Hidalgo Baquero.  Aquella valiosísima semilla de la ganadería de lidia fue continuada con el tiempo en los campos de Toledo por el matador de toros Marcial Lalanda, que cumplió su sueño de mejorar su hierro con sementales y vacas de Veragua, Santa Coloma y conde de la Corte. Cuando la ganadería del torero estaba en su mejor momento y su divisa se cotizaba como el oro estalló la guerra. Mientras Marcial Lalanda lograba huir de la zona republicana y pasarse a zona nacional a través de  Francia, su ganadería fue materialmente desecha y exterminada, con saña y crueldad, pues Lalanda siempre se mostró conservador en tiempos tan tumultuosos. Sólo encontraría tras la contienda 19 cabezas, un semental, 10 vacas y 8 erales.
Otra parte de la primitiva  ganadería Vistahermosa fue vendida a Salvador Varea en 1823, pasando por sucesivas manos hasta llegar a Pedro Lasaca. Alcanza su esplendor en el siglo XIX siendo propiedad del hijo de aquel José Lesaca, y se consideraba estas reses las más bravas de Andalucía. Los “lesacas” pasaron mas tarde a formar parte de otra ganadería que ocupa puestos privilegiados: la de Murube, una de cuyas subdivisiones por línea de Sánchez Rico sirvió para formar la vacada de Sánchez Mangas y otra para la del conde de Antillón, de Madrid. Ambas ganaderías fueron totalmente eliminadas entre 1936 y 1937, de tal suerte que finalizada la guerra, no pudieron venderse más que los derechos del hierro (sin semilla) del conde de Antillón, como tal marca. Derivada de la línea de Salvador Varea se hizo célebre la ganadería del marqués de Albaserrada, una de cuyas ramas sería adquirida después por Bernardo Escudero Bueno, de Madrid, y fue afectada tan seriamente por las incautaciones del Ejército republicano que el ganadero desilusionado acabó vendiendo lo que pudo salvarse que fue bien poco. Por suerte, del tronco de Vistahermosa hubo muchas ramificaciones que permitieron reponer algunas ganaderías de las que habían quedado dañadas por la guerra, aunque como vamos viendo hubo pérdidas irreparables. También fue muy dañada por la contienda el encaste Espinosa-Hidalgo Baquero.
 Del campo de Salamanca Maria Antonia Espinosa se llevó una punta de ganado a las dehesas de Arcos de la Frontera a mediados del siglo XVIII. Dos generaciones más tarde, gran parte de esta raza era propiedad de Diego Hidalgo Barquero, de Sevilla. Fue vendida una parte de ella a fines del siglo XIX a Esteban Hernández Martínez que en 1909 dividió en dos partes la ganadería reservándose él una. La mayor fue vendida a unos nuevos criadores de Escalona de Alberche (Toledo) Luis Grandona y Ángel Sánchez Cabezudo, llegando finalmente a poder de Celso Cruz del Castillo, de Maqueda (Toledo). La guerra la destruyó casi por completo. La parte de Esteban Hernández se mantuvo hasta que llegó la guerra, realizando afortunados cruces con sementales de Trespalacios, procedentes de Veragua, a través de su hijo Esteban Hernández Plá, hasta que al estallar la guerra fue totalmente sacrificada con destino al abastecimiento del Ejército republicano. Por fortuna, Esteban Hernández Martínez había vendido la parte anteriormente citada a Grandona y Cabezudo, que se pudo salvar en parte. De no haber sido así la raza Espinosa hubiera desaparecido para siempre.
Hubo otras ganaderías entroncadas con las estirpes más puras del toro ibérico que sufrieron las consecuencias de la guerra. La de Augusto Perogordo, del El Escorial, procedente de Castrojanillos, por línea del duque de Tovar, con cruces de Vistahermosa, Parladé y Argimiro Pérez Tabernero. La destrucción de la ganadería fue casi total  pues sólo quedaron 8 vacas y un semental. Con los mismos orígenes, vía Argimiro Pérez Tabernero vemos la ganadería de Emilio Bueno Bueno, de Villanueva del Arzobispo (Jaén), que la aumentó con vacas de Santa Coloma y Aleas. La vacada resultó muy deteriorada aunque se pudo rehacer a duras penas. A quien no se pudo recuperar fue a Emilio Bueno, que fue asesinado en diciembre de 1936, fusilado por un piquete comunista. La ganadería continuó después a nombre de su viuda Francisca Marín Millán. Procedente de la famosa divisa de Miura fue la ganadería toledana de doña Emilia Mejías García, esposa de Marcial Lalanda: quedó totalmente extinguida.
Andrés Sánchez de Coquilla creo una prestigiosa ganadería con vacas de Udaeta, Veragua y Miura. Mas tarde hizo cruces de muy buen resultado con vacas de Albaserrada y un semental de Santa Coloma consiguiendo mantener una casta pura de Vistahermosa. Dividida en cuatro partes (entre ellas la de Villagodio y Sánchez Fabrés), la de José María López Cobo fue casi totalmente destruida en el primer año de guerra, pues sólo se pudieron rescatar 50 vacas.


En el campo de Andujar (Jaén) la ganadería de los Herederos de Flores Albarrán gozaba de gran prestigio por su origen “jijona” cruzada con Gil Flores, y a partir de 1932 con vacas procedentes de Albaserrada y un semental de Vicente Martínez. Recuperada la dehesa, durante algunos años no pudo lidiarse ningún toro de este hierro, pues todos habían sido sacrificados.  Salió adelante gracias a los añojos salvados con algunas madres y unos pocos sementales. También fue destruida en gran parte la de la Viuda de Félix Gómez, en Colmenar Viejo, procedente de los Jijón y cruzada con Parladé. Sólo se recuperaron un semental y 54 vacas. En el término de Aldeaquemada (Jaén)  pastaban los toros de Pacomio Marín Ginés. Fundada en 1910 por Luis Baeza con sementales de raza “jijona”, hizo cruces con vacas de Veragua y un extraordinario semental de Julián Hernández, puro Vicente Martínez. El ganadero fue perseguido por los republicanos, que le sometieron a las más crueles humillaciones y padecimientos que le llevaron a la muerte en 1938. La vacada sufrió un grave quebranto, aunque se pudo rescatar una parte y ser continuada por su viuda y su hijo Eugenio.
Carlos Núñez formó en 1938 una ganadería comprando a Indalecio García Mateo de Córdoba, la punta que pudo salvar de la destrucción en el primer año de la guerra. Benjumea, Nandín y Parladé son castas que favorecieron la selección llevada acabo por García Mateo. El matador Domingo Ortega, que formó su ganadería con Vistahermosa y Murube por la línea de Varea y Barbero de Utrera, vio como la guerra destrozaba su sueño como ganadero: sólo pudo salvar de la quema 30 vacas que pastaban en dehesas salmantinas. La ganadería de Celso Pellón Villavicencio refrescada con vacas del duque de Tovar y un semental de Santa Coloma fue prácticamente aniquilada. Parladé puro eran los toros de Samuel Hernández que tras la guerra pudo continuar con la ganadería de milagro  pues le sacrificaron innumerables camadas, a nombre de “ganadería del Frente Popular”. Al llegar las tropas nacionales a la finca de “El Palomar” en Albacete, sólo quedaban 3 sementales, varias vacas y becerros. Milagrosa y extrañamente, quedaba también una corrida cuatreña completa. Quedó totalmente extinguida la del Conde de Casal en Madrid, con sangre Veragua y Vistahermosa. Fue adquirida a Antonio Nátera de Almodóvar del Río (Córdoba) en 1930 y trasladada a Madrid donde fue saqueada en la guerra y sacrificada por las milicias populares. Desapareció por completo a causa de la guerra una de las más antiguas ganaderías españolas, la de Patricio Sanz, de San Agustín (Madrid): fue creada en 1895  con reses “colmenareñas”. Lo mismo le ocurrió a la ganadería  Herederos del duque de Tovar que fue pasto de la intendencia republicana. Desaparecieron ganaderías como las de Lorenzo Cortés y Ruiz Dayestán, así como otras muchas ganaderías de inferior categoría que fueron arrebatadas a sus dueños y consumidas por el Ejército rojo en los dramáticos tiempos de lucha fraticida. Sólo en la región o Zona Centro se calcula que fueron sacrificados unos 12.000 toros bravos. La depredación, incluyendo parte de Andalucía, alcanzó a 32 de las mejores ganaderías; 8 desaparecieron por completo sin posibilidad de recuperación, de ellas 3 correspondían a castas oriundas de raza  Jijona, 2 de Vistahermosa, una de Espinosa y otras 2 no identificadas; 23 ganaderías conservaron algunas reses, aunque su conjunto no pudiera calificarse de ganadería, pues se trataba ya de ejemplares sueltos que, en algunos casos, murieron poco después a consecuencia de la tremenda sequía de los años 1944 y 1945. De la situación en que había quedado la cabaña del toro bravo, se derivaron unas consecuencias muy importantes para el desenvolvimiento de la Fiesta durante los primeros años del franquismo,  llegándose a situaciones que han permanecido hasta los años sesenta, en que ya se inicia una recuperación del toro como elemento básico y primordial del espectáculo nacional.






viernes, 21 de mayo de 2010

REPUBLICA, GUERRA CIVIL Y TOROS VII


LA GUERRA CIVIL  CAMBIO LOS  CONCEPTOS DE LA TAUROMAQUIA
 
Por El Zubi
La guerra civil española llenó el país y a los españoles de ambos bandos de tragedia, hambres y sufrimiento,   y como no, también llegaron sus secuelas, y de que manera, a la escena taurina, pues a la vez que se redujo drásticamente la actividad taurina, numeroso toreros, subalternos y ganaderos murieron en ambos bandos, bien en los campos de batalla o fusilados. A otros se les cortó la carrera en seco, como fue el caso de la torera madrileña Juanita Cruz, que en aquellos años previos a la contienda tenía ilusionada a toda la afición de España. También se dañó gravemente la cabaña ganadera, y como consecuencia de ello se introdujo tras la contienda un toro más pequeño, con menos trapío, bravura y poder que vino a cambiar muchos conceptos de la tauromaquia.
Bartolomé Bennasar en su “Historia de la Tauromaquia”  apunta que en 1935 la fiesta en España gozaba de muy buena salud. Los toros tienen presencia y poderío, y hombres como Domingo Ortega, Marcial Lalanda y Manolo Bienvenida, mantienen el brillo de la Fiesta. Sin embargo, la guerra civil  (1936-1939) va a afectar duramente a la tauromaquia. Los toreros, en general, no se comprometieron en principio con ningún bando y demostraron a menudo bastante menos valor en la vida civil que en los ruedos. Cualesquiera que fuesen sus convicciones íntimas, las figuras del momento participaron en el espectáculo adaptándose a las consignas de la época, según la zona donde actuaban. En Madrid, por ejemplo, en un festival, El Niño de la Palma, Cagancho, El Estudiante y otros tres menos famosos, hicieron el paseíllo con el puño en alto y al son de la Internacional. En Valencia, el 30 de agosto de 1936,  Domingo Ortega se vio obligado a participar en una “mini feria” organizada por los Milicianos. Tras la corrida se trasladó a Francia, a Dax, y aprovechó la ocasión para pasarse a la zona nacional. Las ganaderías caídas en zona republicana perdieron hasta su nombre en los carteles, y se anunciaban como “ganadería del Frente Popular”. En estos años algunas plazas de toros se convirtieron en huertos, como el ruedo de Las Ventas que durante 34 meses surtió de verduras y hortalizas a la población sitiada.  Así se mantuvo, como huerto hasta la caída de Madrid, que hubo que habilitarlo para dar el 24 de mayo la corrida de la Victoria. Otras como la de Badajoz, sirvió como cárcel y de cómodo y cruel escenario para los fusilamientos masivos que allí se hicieron a las ordenes del  teniente coronel Yagüe,  como detalla el periodista portugués Mario Néves en su interesante libro “La matanza de Badajoz” y mas tarde el investigador local Francisco Pilo Ortiz, en su libro “Ellos lo vivieron”.   
 
En 1937 pues, muchos toreros emigran provisionalmente a América, como es el caso de Juanita Cruz, o Cagancho, y otros más que se instalaron allí definitivamente hasta que terminó el conflicto. Otros sin embargo, se habían decantado abiertamente a favor de la España franquista, como es el caso de Marcial Lalanda que incluso militó en la Falange; Victoriano de la Serna que prestó sus servicios como médico en el hospital militar de Pamplona; Domingo González “Dominguín”, padre de Luis Miguel, llegó a alistarse como voluntario y fue herido en 1936 en el frente, aunque luego durante todo el franquismo fue un recalcitrante comunista camuflado en el “exilio interior”. El mismo Manuel Rodríguez “Manolete”, que el estallido de la guerra le pilló en Córdoba,  estuvo luchando con el Ejército Nacional en tres frentes: Peñarroya, Villafranca y Extremadura, encuadrado dentro del Regimiento de Artillería número 1, asentado en Córdoba, a las órdenes del coronel Manuel Aguilar Galindo y directamente del capitán José Gutiérrez Ozores. Por el contrario, Enrique Torres, Manolo Martínez y Félix Almagro tuvieron muy claras desde el principio sus convicciones republicanas. Muchos toreros de segunda fila murieron en el frente. Del lado franquista José García “Algabeño Chico” o el banderillero Fernando Gracia muerto en el frente de Aragón, su hermano Pepe Gracia, también torero, caído en el mismo frente; Félix García “Chico de la Arboleda” caído en el frente de Teruel. Del lado republicano el ex-matador navarro  Saturio Torón, capitán de la milicia popular, murió en el frente de Somosierra por la metralla de una bomba; el novillero Cayetano de la Torre “Moretaño”, enlace motorista caído en la carretera de Alcalá de Henares; el ex-novillero Ramón de la Cruz y varios banderilleros y picadores como :Pedro Gómez “Quirín” o Julio Grases “Girula”, José Duarte Acuña, José Sánchez “Zamoranito” y el novillero Ramón Torres, de Barcelona, aviador y muerto en accidente de aviación en la costa del golfo de Rosas cuando prestaba un servicio de reconocimiento. Las víctimas del mundo taurino en el frente no fueron las más numerosas, pues lo peor fueron las ejecuciones sumarias y los asesinatos perpetrados con los famosos paseos que se daban tanto en uno como en otro bando.
  

 
Una veintena de ganaderos, entre ellos algunos de los más famosos, considerados fascistas fueron cruelmente asesinados: Tomás Murube, Argimiro Pérez Tabernero o el duque de Veragua que fue asesinado el 21 de septiembre de 1936 a pesar de la intervención del cuerpo diplomático. Los ganaderos fusilados durante la guerra fueron: Juan Manuel Puente, Tomás Murube Turmo, Argimiro Pérez Tabernero, Fernando Pérez Tabernero Clairac, Eloy Pérez Tabernero Clairac, Juan Pérez Tabernero Clairac, Cristóbal Colón, duque de Veragua, José Manuel García, José María García, Fermín Escribá, marqués de Alginet, Guillermo Escribá, marqués de Centellas, Demetrio Ayala López, Ricardo Ayala López, Ricardo Ayala Cueva y Emilio Bueno Bueno. También murieron fusilados algunos miembros de la familia de Marcial Lalanda: su primo Pablo, antiguo matador, junto a sus hermanos Martín, Marcial, Salvador y los hijos de este, que fueron ejecutados en su propia finca, cerca de Toledo (en total doce muertos de la misma familia). La misma suerte tuvo el matador Victoriano RogerValencia II” que fue denunciado de fascista por su amante para así apropiarse de su joyas y fusilado por falangista, o Pepe “El Algabeño” que en 1934 paseando por la Caleta, del hotel Plaza de Málaga, fue cosido a balazos por unos desconocidos, aunque murió unos años mas tarde asesinado a tiros, cuando paseaba a caballo por el campo entre las provincias de Córdoba y Jaén. También murió asesinado en 1938 de un tiro en plena calle en Barcelona el torero jerezano Juan Luis de la Rosa. Por su parte los tribunales franquistas condenaron a la pena capital a varios banderilleros anarquistas o comunistas. En fin, sin entrar en muchas profundidades por falta de espacio,  la contienda supuso un río de sangre para todos los españoles de todos los sectores y por tanto también en el taurino. Pero en lo que respecta al tema que tratamos, la conflagración tuvo unas consecuencias nefastas para el futuro de la Fiesta. La guerra civil produjo unos efectos que transformaron la tauromaquia. Hizo estragos en las ganaderías  de toros bravos; bastantes fueron exterminadas, aunque sólo fuese con la finalidad de proporcionar carne para el consumo; otras fueron diezmadas. En 1939 y en los años siguientes por ejemplo, ya era del todo imposible lidiar toros de 4 años y con presencia. Las ganaderías de la zona Centro, castigada por la guerra hasta el final, sufrieron especialmente sus efectos. Por limitarnos a las ganaderías pertenecientes a la U.C.T.L., ocho habían desaparecido por completo y 31 habían sido víctimas de liquidaciones masivas de las que nunca se pudieron rehacer. En esta zona citada, la U.C.T.L. había censado 5.083 cabezas antes de la guerra; a fines de 1937, sólo quedaban 323, de las que muchas eran becerritos de algunos meses y únicamente ocho toros. Las ganaderías de Andalucía y Salamanca habían sufrido menos, pues estas aunque habían caído en zona republicana, pronto se vieron libres del exterminio al ser reconquistadas por las tropas de Franco, pero debieron satisfacer también  las necesidades de carne para el consumo debido a la “hambruna” de aquellos días. Añadir por último, que en la zona republicana se celebraron muy pocos espectáculos taurinos, pues no estaba el horno para bollos, y durante estos años fue en la zona nacional, cada vez más amplia, donde mas espectáculos hubo. 
Queda claro que las ganaderías de bravo es España quedaron seriamente dañadas. El problema añadido fue que cuando acabó la contienda había que distraer y sustraer a la población de los sufrimientos pasados y de los que estaban por venir, y la decisión que se adoptó implicaba lidiar toros de menor edad y peso que el reglamentado. Algunos toreros se acomodaron muy bien a estas nuevas circunstancias. Es por tanto imposible  valorar objetivamente y en su justa medida la tauromaquia entre los años 1940 a 1952, sin tener en cuenta este hecho esencial tan a menudo ignorado por muchos historiadores. El decreto del 25 de marzo de  1941 deja en suspenso los artículos 19, 27, 28 y 104 del reglamento taurino de la época que establecía el peso mínimo de los toros según las categorías de las plazas: 470, 445 y 420 kilos en plazas de primera, segunda y tercera respectivamente. A partir de esa fecha se permite lidiar en corridas de toros a novillos de dos años o dos años y medio. 
Según Gustavo Codech “Barretina”, en 1943 por ejemplo, se lidiaron como toros en Zaragoza, Valencia, Bilbao, Sevilla  y Madrid, novillos de 16 arrobas (184 kilos en canal y menos de 300 en vivo). Como es natural las cornamentas de esos animales estaban en proporción a su edad y peso. Hubo una tímida reacción de las autoridades a finales de la temporada de 1943, fijando 423, 401 y 378 kilos los pesos mínimos de las tres categorías, pero con frecuencia esas estipulaciones no se cumplieron en muchísimas corridas, más porque no había ganado de ese peso que por no hacerlo deliberadamente.  Entre 1945 a 1947 se citan numerosos casos en los que se lidiaron toros de 18 arrobas, sobre todo cuando se anunciaban primeras figuras como Manolete o el mejicano Carlos Arruza. Hay además otro dato importante que gravó la situación aun más, y que muchos historiadores pasan por alto con ligereza: que España para colmo de males, padeció en esas fechas varios años seguidos de sequías tremendas. La de 1945 fue especialmente catastrófica pues arrasó todos los pastos de las dehesas.

No quiero yo aquí restarle méritos a los toreros de la época, que los tuvieron y muchos, pero al pan, pan y al vino, vino. Santiago Arauz de Robles en su biografía sobre Pepe Luis Vázquez no dice ni una palabra sobre los toros que lidiaba en esos años el diestro sevillano y su escasa presencia a veces insignificante. Y Vicente Zabala se contradice, pues si por un lado denuncia en sus escritos la “perdida total de rigor de la fiesta” en aquellos años y deplora que “se hayan lidiado en plazas de primera categoría auténticos becerros” de  “un tamaño inadmisible”, por otro ve en Pepe Luis a uno de los toreros mas grandes de la posguerra (que lo fue sin duda), pero olvida que los años 1940 a 1949 son precisamente aquellos en los que este torero realizó su carrera, a la cabeza del escalafón en las temporadas de 1941 y 1942., aunque bien es cierto que la mayoría de su actuaciones fueron en Sevilla, Bilbao y Madrid, que eran las plazas más serias y se llevaba el ganado que tenía más presencia. Lidió por ejemplo, 35 Miuras, 32 Pablo Romero y aún más del Conde de la Corte, tres de las ganaderías más respetables en aquellos años. Nadie pone en duda el arte y el conocimiento intuitivo de los toros de Pepe Luis Vázquez  o el valor desmedido y la aplastante personalidad de Manolete, tal vez dos de los toreros mas grandes que han existido, pero también conociendo estas circunstancias históricas que he expuesto, no podemos considerar de manera objetiva “toreros de época” a quienes se enfrentaron durante su carrera a toros apenas aceptables hoy en plazas de tercera categoría. No obstante los españoles de aquella época tenían hambre y tristeza...pero por suerte, tenían a Manolete. El cordobés fue el hombre de una época de hambre, en la que, como decía el maestro Joaquín Vidal,   “el alimento eran los símbolos y con ellos los héroes”. Manolete no hizo nada personal para que lo relacionasen con el régimen de Franco, por mucho que algunos historiadores lo hayan querido relacionar, pero es verdad que ayudó a los españoles a pasar ilusionados esos años de la autarquía llenos de tristeza y amargura. Ocupaba las mentes de los españoles y los hacía soñar. Representaba una especie de milagro permanentemente expuesto como modelo a una sociedad dolorida y triste por las secuelas de la guerra civil, una sociedad sometida a un régimen político represivo y prisionera de dificultades económicas cotidianas muy graves. Su sucesor en esto de representar a un régimen fue Manuel Benítez “El Cordobés”.
La segunda parte del episodio, la estamos padeciendo desde los años 60 a nuestros días. La mayoría de las ganaderías españolas, con unos fines meramente comerciales, se han ido adaptando a los gustos de los toreros, de los empresarios y de los públicos. Los ganaderos no pueden nadar a contracorriente y recurren a la sangre del toro de Juan Pedro Domecq, para adaptarse a los tiempos y a los gustos. Surgen nuevas ganaderías y nuevos hierros pero esta sangre Domecq invade ya casi el noventa por ciento de las ganaderías que en estos momentos hay en nuestro país.  Ahí reside creo yo, uno de los muchos, pero principales problemas que tiene la fiesta en estos momentos: el toro carrilero, sin peligro, fácil de muletear, que rueda por los ruedos a la primera de cambio y que ya exigen muchos toreros a los que llaman “figuras”. En resumidas cuentas: “toros de chocolate”.
(Continúa mañana) 
 




                       

miércoles, 19 de mayo de 2010

REPUBLICA, GUERRA CIVIL Y TOROS VI


MUCHOS TOREROS VIERON TRUNCADA SU CARRERA A CAUSA DE LA GUERRA CIVIL, OTROS ABANDONARON LOS RUEDOS POR LA POLITICA
Por El Zubi
Cuando estalló la guerra civil Rafael Gómez El Gallo se encontraba en Madrid y anduvo por la ciudad cerca de mes y medio sin darse cuenta del conflicto que acababa de estallar  en su país. Su sobrino José Ignacio Sánchez Mejías contaba años después de la muerte de El Gallo, que su tío Rafael se enteró de la guerra de España seis semanas después de que esta comenzase. El 18 de julio le sorprendió en la pensión de la Carrera de San Jerónimo donde siempre se hospedaba, regentada por Serrano su mozo de estoques, que conociéndolo no le dijo nada de la guerra y  le comentó al principio que había en Madrid una huelga  con manifestaciones obreras, que incluso había tiros por las calles, razón por la cual El Gallo decidió meterse en la cama (su máxima afición)  de donde tan sólo se levantó algún tiempo  después en vista de que persistía el paro revolucionario. Su falta de voluntad no tenía medida, y así, a la espera de que se arreglaran los conflictos, aguantó recogido y acostado en su modesta casa de huéspedes los últimos calores del verano. El 30 de agosto los miembros de su cuadrilla fueron a por él a la pensión para que actuara en Las Ventas en un Festival Benéfico para las Milicias de la República. Al bajar a la calle y pisar la acera le dijo a uno de sus banderilleros: Oye niño, ¿qu’es lo que pasa hoy aquí que hay tanto sordao en la calle?”... 
No se había enterado de nada de lo que estaba ocurriendo en España. En Madrid pasó el trienio del conflicto lejos de Sevilla y de su familia (sus hermanas y sus sobrinos), por suerte nadie se metió con él porque era respetado y querido en ambos bandos. Toreó tres veces en estos tres años dentro de la zona republicana, y a la postre serían sus últimas actuaciones vestido de luces. Durante su largo cautiverio en la capital vivió condenado a la soledad, paliada sólo en ocasiones por la amistad de los “Caracoles” (padre e hijo) que iban a menudo a visitarlo. En abril de 1939 pudo regresar por fin a Sevilla, donde tras ser recibido con los brazos abiertos, pudo rehacer su vida, pero ya lejos de los ruedos.

JUANITA CRUZ
Distinta suerte corrió la madrileña Juanita Cruz que se encontraba en la cima de su carrera en España, a punto de tomar la alternativa como matadora de toros. Al comenzar la Guerra Civil y ante tantos problemas políticos Juanita se marcha a Venezuela buscando aires mas tranquilos. Allí siguió cosechando grandes y numerosos triunfos. Pasó a Colombia y Perú. Le llovían los contratos. Era tal su éxito que cobraba el 30 % de la entrada bruta en taquillas. Fíjense que nivel profesional y consideración tenía que el 13 de marzo de 1938 el empresario de la Plaza de Caracas pretendía formar cartel con un mano a mano entre Domingo Ortega y Juanita Cruz. Domingo Ortega se tomó la oferta a broma y el empresario le dijo: “Pues siento mucho que no quieras torear con ella, pero a mí la que me interesa que toree es Juanita Cruz más que tú”. Aquel día Juanita cortó 3 orejas y se convirtió en un auténtico ídolo de la afición hispanoamericana.
De ahí pasó a conquistar México, donde iba a encontrar los mismos prejuicios y zancadillas que había encontrado años antes en España, pero venció todos estos inconvenientes llegándosele a llamar con los sobrenombres de: “El Veneno de Pardiñas”, “La Reina del Toreo” y “Juanita Terremoto”. Tomó la alternativa en la Plaza de Fresnillo en Zacatecas, el Domingo de Resurrección, un 17 de marzo de 1940, de la mano del torero mexicano Heriberto García, con ganado de Cerro Viejo. Aquel histórico día cortó cuatro orejas a sus enemigos.
En 1940 intentó volver a España, apenas acabada la guerra,  pero ya pesaba aquí la prohibición del toreo para las mujeres, y no sólo eso, sino que se estableció  una censura en todos los medios de comunicación para que no se hablara ni comentara nada que se refiriera a los éxitos de Juanita Cruz en América. Al parecer el sindicato de los toreros de España corrió la voz de que Juanita era “roja”, con lo que le echaron una losa de mármol sobre su nombre en su país para siempre. Por tanto Juanita se quedó en América hasta 1946, aunque antes estuvo en Francia una temporada donde toreó sus últimas corridas. El 9 de diciembre de 1948 se casó con su apoderado Rafael García Antón en Madrid. En la década de los 60 volvió a su Madrid natal y nunca faltó a ninguna de las corridas de la feria de San Isidro, donde junto a su marido tenían sus abonos. Murió durante la Feria de San Isidro de 1981, el 18 de mayo. Su tumba, en el cementerio de La Almudena, es un mausoleo dedicado a ella obra del escultor Luis Sanguino y se ve a Juanita a tamaño natural brindando con la mano derecha y la muleta a la izquierda. En el pedestal lleva la siguiente inscripción: “A pesar del daño que me hicieron en mi patria... los responsables de la mediocridad del toreo de 1940 a 1950, brindo por España”.
 
JOAQUIN MIRANDA
Un caso distinto fue el del novillero sevillano Joaquín  Miranda  que entre los años 1938 a 1944, desempeñó el cargo de Gobernador Civil en la provincia de Huelva. Joaquín Miranda González, no llegó a matador de toros por mediocre y  fue conocido en su profesión como subalterna y peón de confianza de varios espadas punteros en esos años. Miranda era sevillano nacido en Triana en 1894. Tras varios años como novillero pasó a ser banderillero de “Maera”, “Algabeño” y Marcial Lalanda. Abandonó los toros al casarse y tener que ocuparse de los negocios de construcción de su suegro, hombre rico y hacendado. Se afilió a Falange Española y organiza la central Nacional-Sindicalista de Sevilla. Estaba en la cárcel por motivos políticos cuando el Alzamiento militar del 18 de julio. El general Queipo de Llano tras tomar Sevilla, lo sacó de la  cárcel para que se ocupara de las Milicias de la Falange en Andalucía occidental. El antiguo novillero llegó a alcanzar un gran predicamento político en estos años en la zona nacional, tanto que hasta el mismísimo Franco le mandó llamar a Salamanca en marzo de 1937 para intervenir en la Unificación, nombrándolo Consejero Nacional, antecesor de Raimundo Fernández Cuesta  como Secretario General del Movimiento. En 1930 le nombran Gobernador Civil de la provincia de Huelva.
MELCHOR RODRIGUEZ O EL “ANGEL ROJO”
Melchor Rodríguez fue un torero sevillano nacido en Triana que, aunque la buscó, no tuvo mucha suerte como torero. Su infancia fue difícil porque su familia no tenia posibles. Quedó huérfano de padre siendo aun un niño, al morir aquel en un accidente en los muelles del Guadalquivir. Su madre, costurera y cigarrera, tuvo que ocuparse sola, a partir de entonces, de sacar adelante a Melchor y a sus dos hermanos. Melchor Rodríguez estudió en la escuela del asilo hasta la edad de trece años. A partir de entonces, acuciada su familia por una pobreza extrema, comenzó a trabajar como calderero en un taller de Sevilla. Ya en su adolescencia intentó labrarse camino en el mundo del toreo y abandonó su casa para recorrer diversas ferias y capeas con mejor o peor suerte. José Mª Cossío en su enciclopedia “Los Toros”, hace una referencia a Melchor Rodríguez, por haber combinado  el toreo con la política. Melchor toreó en Sanlúcar de Barrameda en 1913  y posteriormente en plazas cada vez más importantes hasta llegar a la de Madrid. Allí sufrió una grave cogida en Agosto de 1918, retirándose en 1920 tras algunas corridas en Viso, Salamanca y Sevilla. Finalizada su aventura taurina Melchor se trasladó a Madrid, donde comenzó a trabajar como chapista en 1921. Pronto se sintió atraído por los movimientos de lucha obrera de la capital, y se afilió a la Agrupación Anarquista de la Región Centro inmediatamente después de su fundación. Poco después fue nombrado presidente del Sindicato de Carroceros, de corte anarquista, y pasó a militar en las filas de la CNT. Allí comenzó su lucha en favor de los derechos de los reclusos, incluso de aquellos de ideología contraria a la suya, lo que le costó la prisión en innumerables ocasiones durante la monarquía y la República.
Al estallar la Guerra Civil en 1936  las organizaciones anarquistas cooperaron con el gobierno. El 10 de noviembre, Melchor Rodríguez fue nombrado delegado especial de prisiones de Madrid. Desde este puesto parece ser que intentó detener las sacas de presos de las cárceles de Madrid (traslados de grupos de reclusos que eran posteriormente fusilados en Paracuellos de Jarama y otros lugares cercanos a la capital), aunque ante las distintas presiones e interferencias surgidas para que éstas prosiguiesen dimitió el día 14. Retomó su puesto el día 4 de diciembre tras las protestas del Cuerpo Diplomático y del presidente del Tribunal Supremo, Mariano Gómez. Sin embargo esta vez lo hizo con poderes plenipotenciarios como Delegado General de Prisiones, otorgados por el entonces ministro de Justicia del Gobierno republicano, el anarquista García Oliver. Solo entonces consiguió Melchor Rodríguez detener las matanzas de Paracuellos del Jarama y la situación de terror que los presos vivían en  las cárceles. Se enfrentó enconadamente en varias ocasiones con algunos dirigentes comunistas que pretendían seguir con ello, unos enfrentamientos en los que corrió un gran riesgo su vida, según testimonios de numerosos testigos presenciales.
Una de las primeras medidas tomadas por Melchor Rodríguez como delegado de prisiones fue la implantación de una norma según la cual quedaba prohibida sin su autorización personal la salida de presos de las cárceles entre las 7 de la tarde y las 7 de la mañana. Esta orden supuso en buena medida el fin de los “paseos” nocturnos de prisioneros. La expresión era un eufemismo de la época para denominar a los numerosos asesinatos de reclusos que habían sido puestos en libertad poco tiempo antes, lo que solía suceder durante las horas de la noche. Una de las actuaciones más destacadas de Melchor Rodríguez tuvo lugar durante unos disturbios, después de que el Ejército de Franco bombardease el campo de aviación de Alcalá de Henares  en diciembre de 1936. Una concentración de protesta, en la que participaban milicianos armados, llegó a la prisión de Alcalá, entrando los cabecillas hasta el despacho del director, donde exigieron la apertura de celdas para linchar a varios presos. Rodríguez acudió a la prisión y se enfrentó a la turba, dando incluso la orden de proporcionar armas a los reclusos en caso de que los asaltantes persistiesen en su empeño. En esta y otras intervenciones similares como en la Cárcel Modelo de Madrid,  consiguió impedir personalmente vejaciones o ejecuciones arbitrarias de reclusos, que habían sido práctica común hasta su llegada al cargo. Así salvó in extremis la vida de muchas personas, algunas de las cuales dieron después testimonio de la  humanidad de Rodríguez García. Por ejemplo los militares Agustín Muñoz Grandes,  Valentín Gallarza y Serrano Suñer,  que luego formaría parte de los gobiernos de Franco. También ayudó al médico Mariano Gómez Ulla, a los hermanos Rafael, Cayetano, Ramón y Daniel Luca de Tena, al futbolista Ricardo Zamora y al  falangista Rafael Sánchez Mazas entre otros. Todas estas acciones, verdaderamente dignas del espíritu anarquista de los ideales que preconizaba, le valieron para ser conocido por las gentes de la derecha como "El ángel rojo". A él, se atribuye también la famosa máxima: "Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas".
Al acabar la guerra civil Melchor Rodríguez fue detenido, juzgado y condenado a la pena de seis años y un día de prisión por sus actividades anarquistas y su actuación en la administración republicana. Contó con testimonios favorables de personalidades de la derecha, particularmente el general Muñoz Grandes que recordaron cómo había defendido la vida de sus rivales políticos, y fue puesto en libertad al cabo de un año y medio. Durante el franquismo, continúo con el activismo y propaganda de los ideales ácratas, participando activamente en la CNT clandestina.
A su muerte en 1972  acudieron al sepelio muchas personas de ideologías enfrentadas; anarquistas y falangistas entre otros. Actualmente, en la madrileña localidad de Alcalá de Henares, la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias (Ministerio del Interior) inauguró el día 7 de Julio de 2009, un Centro de Inserción Social con su nombre en honor a su persona y como reconocimiento a su labor en favor de la inserción y resocialización de los internos.(Continua mañana)