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miércoles, 25 de noviembre de 2009

EN HOMENAJE A MATIAS PRATS, ESE BUEN AMIGO... ESE GRAN MAESTRO

La muerte no hace distinciones y cuando llega nuestra fecha, la “parca” entra silenciosa en nuestras casas con su guadaña, y nos arranca de cuajo a nuestra gente. Después nos acompaña en ese viaje eterno y desconocido del que, al parecer, nunca se regresa. A Matías Prats le llegó su hora y se fue en silencio, en contra de lo que era su costumbre. Todos sabíamos que estaba mal, pero es que la muerte... es algo que aunque estemos familiarizados con ella, siempre nos sorprende e impresiona cuando llega y nos arrebata a algún ser querido, y Matías es una ser querido por muchos cordobeses, y digo que es querido, porque aun no acabo de digerir su marcha. Se produjo precisamente unas horas después de que saliera la revista La Montera en la que se incluía el último capítulo de la “Historia de la Prensa Taurina en España” en el que le citaba y le mandaba mi afecto, mi cariño e inmensa admiración profesional. Seguro que no le dio tiempo de leerlo. De lo contrario me habría llamado para darme las gracias por la cita. Él era así, tenía siempre las palabras justas para todo el mundo, a cada uno las suyas. Era un tío genial. ¡Qué fatalidad!. ¡Cuánto he sentido su muerte, caray!.
Hoy quiero contarles algo, que poca gente conoce y que me ocurrió con él en Granada en el mes de junio de 1990, y que refleja la inmensa profesionalidad que tuvo. En aquellas fechas yo era el director de Canal Sur Televisión en la ciudad del palacio rojo. Tenía la costumbre de grabar con mis cámaras todas las corridas de la Feria del Corpus para mandarlas al añorado programa taurino que en mi cadena hacían con tan buen gusto Joaquín Gordillo y Andrés Dorado. Yo siempre me iba una hora antes de que comenzara el espectáculo, para colocar las cámaras y solventar cualquier eventualidad que pudiera surgir a última hora. Aquel año vi a Matías en el patio de caballos con su micrófono al hombro, hablando con picadores y banderilleros, y tomando notas como un poseso. Llevaba ya varios años jubilado y la verdad... me extrañó verlo allí en plena faena. Unos minutos más tarde se sentaba en un tendido de sombra, con su micrófono y su transmisor, muy cerca de donde me encontraba yo con mis cámaras. Me acerqué a saludarlo (estaba deseando hacerlo desde que lo vi una hora antes) y él me correspondió con un cálido abrazo. Cuando le pregunté si se acordaba de mí me respondió con una sonrisa abierta: “¡Cómo no me voy a acordar del mejor periodista de Córdoba, llamado Rafael González Zubieta, alías “El Zubi”, tormento y látigo de políticos del “rojerío” y de todos los bellacos y malandrines que circulan por la ciudad de los Califas, orgullo y honor de su patria chica Lucena, cristiana, judía y mora... tierra de guapísimas mujeres!...
Tengo que confesarles que su respuesta me dejó completamente “acojonado” (y perdónenme la expresión) por varias razones: primero por tener esa memoria tan impresionante para aportar el dato preciso en el momento oportuno, cuando hacía años que no nos veíamos. Tendría él en aquellos días unos 78 o 79 años. Y luego me dejó boquiabierto con su manera de describirme con ese verbo robusto y florido, lleno de plasticidad de generosidad, que surgió de su boca a borbotones en pocos segundos como agua de un manantial. Le conté lo que yo hacía allí en Granada y él me dijo que lo había contratado la cadena COPE para retransmitir la Feria del Corpus granadina. Un tanto imprudente le dije yo: “¿pero Matías tú no te habías jubilado ya...? e imperturbable y con la misma sonrisa me respondió: “me jubilaron en la ”erreTuveE”, pero de esta profesión sólo me puede jubilar Dios cuando me toque, querido amigo Zubi”. Desgraciadamente llegó hace poco su jubilación, pues Matías se puede decir que se ha ido como se fue Ladis Padre: “con las botas puestas”. Después me despedí de él. Le di un abrazo emocionado y sólo pude decirle:”Matías, eres un monstruo de esto”.
Comenzó la corrida y cada uno nos pusimos en lo nuestro, él hablando hasta por los codos y yo con mis cámaras viendo y anotando las vicisitudes de la corrida al compás de la grabación para retener las secuencias mas interesantes del espectáculo. De vez en cuando miraba al viejo maestro que estaba allí cerca de mí, trabajando, y me puse a reflexionar y me quedé perplejo de ver, como un periodista de su edad conservaba aun la ilusión de un principiante: cogiendo notas y ordenando sus fichas con las que ilustrar la narración de la corrida, haciendo pruebas de sonido con el técnico de la emisora y saludando a diestro y siniestro a todo el que le decía alguna cosa. Estaba claro que era un fuera de serie.
Años más tarde, cuando yo vivía ya en Sevilla y era director de los Servicios Informativos de CSTV, Matías me telefoneó un día a casa, para que le solucionara una cuestión con una colaboración que estaba haciendo en esas fechas en la televisión de Andalucía. Tenía más de 80 años y seguía en la brecha. De nuevo me dio una lección de periodismo, de profesionalidad y de humildad, pues un “Dios del Olimpo” como era él en este oficio, se dignaba a hablar con un “humilde humano” que soy yo y para pedirme un favor….y es que era sensacional ¿no creen?.
De Matías Prats podría yo decir muchas cosas y buenas. Lo que ha significado en la radio española y en el periodismo, cosas que ya estos días posteriores a su muerte, se están publicando en emisoras de radio y en periódicos. No quisiera yo ser reiterativo pues todo cuanto se dice de él es verdad. Sólo añadir que al apagarse su palabra y su poderoso verbo, se apaga la radio del siglo XX y se pasa una página en la historia de la radiodifusión española. Matías fue la radio española del siglo XX, más conocido por sus retransmisiones de fútbol, aunque más aficionado él a los Toros que al fútbol. Pero sobre todo, con su muerte lo que hemos perdimos todos fue a un buen amigo y a una persona muy entrañable y buena. Si existe Dios..., si existe Cielo..., si hay otra vida después de esta que vivimos, estoy seguro que Matías estará ya con Antonio Salmoral allá arriba, junto a todos los grandes toreros y futbolistas que él tanto ponderó. ¡Hasta que nos veamos de nuevo por ahí, Matías!

EN HOMENAJE AL VIEJO MAESTRO “LADIS-PADRE”



Se dice con frecuencia que el paso del tiempo puede con todo y yo creo que eso no es exacto del todo, que hay personas cuya memoria es inmortal y no morirán nunca. Este es el caso del periodista y fotógrafo cordobés Ladislao Rodríguez Benítez “Ladis-Padre”, un profesional de los de antes lleno de sabiduría senequista y buen humor, que junto a Ricardo, Antonio Salmoral y Framar formaron una pléyade de extraordinarios reporteros gráficos que han dejado honda huella en el periodismo cordobés. Hace poco estuve en Córdoba y pasé por la calle Málaga donde antaño estuvo ubicado el restaurante La Hostería. Sentí una profunda nostalgia y pena por los daños que la piqueta ha producido ya de manera irreversible en esta ciudad. Tampoco olvido al personal que nos atendía tan amablemente allí, a quienes sometí a ser actores de la vida por un día al incluirlos en un folletín novelesco que hace muchos años publique en el Diario Córdoba con el título “Diario de un Rodríguez”, pues allí en La Hostería acudíamos a comer todos los Rodríguez de Córdoba.. Aquel establecimiento era el cuartel general de Ladis-Padre y mío también, lugar diario de refrigerio, alimentación y diálogo con los amigos al mediodía. Yo era uno de los asiduos en comer allí todos los días con él, pues en aquellos años aun andaba yo soltero y sin compromisos. La hora de comer era para nosotros como la oración del mediodía y la cita a la amistad. Siempre mantuvimos una cordial relación de amistad, reforzada tal vez por nuestras mutuas aficiones a los toros, a los pájaros y a su propio hijo Ladis. Como no podía ser de otra manera, allí en La Hostería vino a buscarle fatalmente la “parca” con su guadaña un inesperado día del mes de octubre de 1988, para acompañarlo en su último y misterioso viaje hacia un destino eterno y desconocido. Ladis murió con las botas puestas, con su cámara colgada al hombro y en plena actividad laboral. Murió como los buenos…pegando tiros. La Hostería como Ladis ya no existen sino en nuestra memoria, pues la piqueta y los intereses comerciales la hicieron desaparecer. Sin embargo el recuerdo de Ladis perdura en mí y seguirá vivo siempre en la memoria colectiva de Córdoba, por eso escribo estas palabras ahora reflejadas en tinta impresa para que no se olvide nunca. Aquel hombre…con su andar pausado, sus muletas, su mochila al hombro repleta de cámaras fotográficas…que buena gente era…Y es que este hombre dejó una huella profesional, artística y humana indeleble a través del objetivo de sus cámaras.
Sé por su hijo, que su gran ilusión profesional era sacar a la calle una revista de toros, y ese sueño lo hizo realidad para él su hijo Ladislao Rodríguez Galán con la revista La Montera. Ahora yo tengo el privilegio de escribir todos los meses en esa magnífica publicación, y cuando me sale un buen artículo o reportaje, miro al cielo, alzo mi mano y le digo a Ladis-Padre en voz baja: “va por usted maestro”. Me gustaría decirle ahora, que me siguen gustando los pájaros. Que hora crío “trinados” e “híbridos” y que esta temporada me nacieron cuatro preciosos polluelos. Lo que daría yo si pudiera regalarle uno... o cambiárselo por otro de los suyos, tal como hacíamos antes.

A MIS PADRES, QUE ME AFICIONARON A LA FIESTA



Cuando yo era chico, recuerdo que jugaba a torear con mis hermanos en la puerta de mi casa, en Lucena, en plena calle del Agua o Juan Jiménez Cuenca, como rezaba entonces en los carteles. A penas si pasaban coches por allí. Era tal la nulidad de tráfico rodado en aquellos días, que podían jugarse partidos de fútbol de dos horas sin ninguna interrupción. Fue mi padre quien puso dentro de mí la semilla para que me aficionara apasionadamente a la Fiesta. Los cuatro hermanos éramos muy chicos cuando mi padre, Francisco González Huertas, nos llevaba de la mano a ver los espectáculos cómicos-taurinos y algunas becerradas a aquella preciosa plaza de toros que tenía Lucena a la salida del pueblo en la salida de la carretera que conduce a Córdoba. El color del albero, la alegría de las gentes, los pasodobles de la banda de música, el perfume de primavera, el color negro e intenso de los toros y el rojo de su sangre me deslumbraron para siempre. Me di cuenta de que aquello era un espectáculo lleno de magia, en el que se conjuntaban la improvisación y el orden, la gloria y el fracaso, la vida y la muerte… en un solo palpitar de un corazón sincero, auténtico y hondo. Por eso tengo una deuda perpetua con mi padre, porque él me inició en esta cultura hispánica, en toda la liturgia taurina tan arraigada a nuestras raíces. Después, cuando ya era un adolescente, vinieron nuestras conversaciones taurinas en las que las opiniones de mi padre, que yo escuchaba en silencio embobado, me hicieron ver a gigantes como Joselito, Belmonte, Marcial Lalanda, Domingo Ortega, Manolete, Bienvenida… y entendí que aquello era un mundo especial por el que valía la pena no sólo interesarse sino participar activamente.
Recuerdo que cuando yo era chico le pedí a mi madre, Josefina Zubieta Sánchez (que no acompañaba a mi padre a las Plazas de Toros porque sufría con la sangre y el riesgo), que me hiciera con tela roja una muleta para jugar al toro y ella, complaciente siempre me la hizo. Yo me fabriqué un estoque y con un carrillo de mano y unos cuernos que conseguí en el matadero del pueblo, soñábamos en plena calle “El Agua” con la gloria y sentíamos la emoción que debe de producir, el pasar de unos cuernos llenos de muerte cerca de tu barriga con un natural por la izquierda o con media verónica dada lentamente con garbo. En mi debo reconocer que pudo más en aquellos años de mi infancia la afición al fútbol que a los toros aunque jugaba al toro asiduamente. Los Di Stefano, Kubala, Ramallet, Puskas y Gentos pudieron más que el Viti, Diego Puerta, Paco Camino, Antonio Ordoñez y El Cordobés. Y es curioso, que con el paso de los años cuando me hice adulto, esa afición haya cambiado de manera opuesta y radical. El fútbol me aburre existencialmente una barbaridad y sin embargo los toros me apasionan cada día más, porque considero que es el único espectáculo que existe en el mundo que aún conserva magia a raudales. Cuando tenía quince o dieciséis años, mi padre me recogía a finales de mayo en el internado de Jaén para que lo acompañara a Granada para ver a Manuel Benítez el Cordobés, que toreaba en la feria del Corpus. Esa operación la repetimos en bastantes ocasiones y hasta que tuve treinta años fuimos juntos a los toros a muchas plazas. La última vez que fuimos juntos a los toros fue en 1984 en la Feria de la Virgen de la Salud de Córdoba. Estaba ya él mayor y con la espada del dolor dentro del corazón por la muerte unos meses antes de mi pobre madre. Pero él ya no estaba para nada….solo pensaba en morir pronto para poder reunirse con mi madre…En fin que no olvidaré nunca a esos dos seres humanos que me dieron la vida y que me quisieron tanto...
Desde hace algunos años, me duermo muchas noches imaginándome en un ruedo, con la plaza llena de gente, recibiendo a un toro a la verónica, parándolo y dándole, una, dos, tres y una media de remate, y procuro sentir el murmullo de la gente, el rebufo del toro en el albero salpicado de sus pezuñas, y el miedo y la emoción que deben de sentir los toreros en esos segundos eternos. A veces voy más lejos y me imagino con la muleta, toreando al natural por la izquierda muy despacito. Sintiendo al toro rozar mi bragueta. Una tanda de cuatro, cinco, seis pases y el de pecho rematando la serie, e imagino los aplausos de la gente y yo tocando con la yema de los dedos la gloria, después de haber dejado atrás un túnel de pasión, miedo y sentimiento profundo. Cuando despierto del sueño son las siete de la mañana y me tengo que levantar para irme a trabajar. Siempre me digo que soy un idiota y que no tengo edad para pensar en esas cosas. Pero lo cierto es que soñar no cuesta nada, ni siquiera soñar sintiéndome en torero, algo tan sublime como es el arte de torear. Fundamentalmente es que no le hago mal a nadie con esto ¿no es cierto? Por eso siento un poco de envidia sana de esos chiquillos de catorce, quince o dieciséis años, que en vez de estar metidos en un equipo de fútbol o de baloncesto, o en el gimnasio con las pesas para tener tabletas de chocolate en la barriga, están envenenados con el toro y sueñan en llegar a ser figuras del toreo algún día. Esto me produce una inmensa satisfacción. Tanta que viene a paliar la frustración que ahora experimento por no haber intentado nunca haber sido torero, pero es que a mi eso de ponerme delante de una becerra hace que me tiemblen hasta las canillas. Debe ser el instinto de conservación y la prudencia…que las tengo muy desarrolladas.
En estos últimos años he tenido la suerte de asistir junto a mi compadre Ladis a varias novilladas de promoción tanto en Córdoba como en Sevilla, y he visto a esos chiquillos como llegan a la plaza emocionados, llenos de miedo y ganas de ponerse delante del torillo, y como son revolcados una y otra vez, y a la siguiente se levantan del suelo con más rabia, con ganas de comerse en chuletillas a los becerros y eso me emociona realmente. Esos niños, que sueñan con la gloria, que prefieren la vida en el campo en las ganaderías, a las discotecas, a las drogas y las frivolidades que esta sociedad de consumo nos mete por los ojos. Esto que está ocurriendo en Córdoba y en otros lugares de Andalucía donde han proliferado las Escuelas Taurinas, con esos chiquillos que quieren ser torero, es algo extraordinario y los hay muy buenos. Son chiquillos que se han acercado a este sagrado oficio con devoción y respeto y que saben lo que quieren. La mayoría de estos muchachos no torean por hambre, con sucedía antiguamente sino que son hijos de familias medias acomodadas, algunos de ellos estudiantes universitarios, que estudian para cumplir con la obligación impuesta por los padres de la formación, pero que en el fondo de su alma lo que ellos quieren es ser toreros y tienen una afición enorme.
A estos chiquillos que no juegan al futbol ni al baloncesto y que no tocan en una banda de rock, sino que quieren ser toreros y que sueñan con la gloria, les brindo en estas páginas mi más profunda admiración y respeto. Les deseo que vean cumplidos esos sueños, para bien de ellos y de los que como yo amamos este difícil oficio, porque posiblemente algún día nos harán vibrar con su arte.