Por El Zubi
Es un privilegio para mi hablarles hoy sobre una de mis grandes pasiones: la Fiesta de los Toros, y sobre todo lo que ése sentimiento o filosofía conocida como “currismo o romerismo” ha aportado de bueno a mi existencia. He de confesar que lo hago con gran pudor y respeto. Pudor porque les voy a abrir mi corazón de par en par, y respeto, porque torear en plazas como esta, la blogosfera universal, en la que hay tan entendidos y buenos aficionados, pues no es fácil e infunde mucho respeto.
En estos momentos quiero hacer un esfuerzo mental e imaginar los sentimientos de un torero segundos antes de salir al albero, cuando en la puerta de cuadrillas esperan la orden del presidente, con el sonido de fondo del murmullo del público en los tendidos, ansiosos de espectáculo, con la montera calada hasta las cejas, el sol de frente y el capote de seda pegado al cuerpo con la fuerza de un puño en el costado. La boca seca y un fuerte pellizco en el estómago fruto del nerviosismo. Es el miedo al resultado incierto. El miedo a lo desconocido. El miedo a esa muerte negra y con cuernos, que espera impaciente en la umbría de toriles. Algo parecido es lo que en estos momentos siento yo, salvando las distancias, así que igual que los buenos toreros, voy a parar el toro, templarlo y torearlo con el corazón abierto.
Dicho esto, debo de adelantarles que a lo largo de mi exposición, les voy a hablar lo menos posible de los valores taurinos de Curro Romero de todos ya conocidos, y mucho de mí mismo: de un ser humano sensible a las expresiones plásticas y estéticas de la Fiesta de los Toros, que es donde mejor quedan creo yo expresadas estas cuestiones de índole superior y del alma. Les voy a hablar de mis reflexiones filosóficas sobre la vida, sobre el amor, sobre la felicidad, la amistad y sobre la “verdad absoluta” cómo el único camino plausible de un ser humano que pretende cruzar la ruta de su vida con honradez y dignidad. Todo ello, claro esta, alumbrado desde la Fiesta de los Toros y desde la fuerza espiritual que da el sentirse todavía profundamente “currista”, que para mí es un estado, como estar en “gracia de Dios” o lo que es lo mismo, en el camino de la “verdad absoluta”. He de confesar que yo fui un advenedizo en esto. Vamos que llegué a esto de los Toros un poco tarde. Aunque mi padre me aficionó a la Fiesta desde que yo era muy niño, nunca como en estos últimos años de mi vida he sentido este espectáculo como ahora, como una auténtica pasión que me llega a lo más profundo de mi alma. Digamos que el “enamoramiento” por el toreo de Curro Romero, la Fiesta y su entorno, lo descubrí hace unos veinte años. Precisamente cuando vivía en Granada, donde tuve una actividad como aficionado taurino muy febril, ya que incluso llegué a ser uno de los socios fundadores de la Peña Taurina “Frascuelo”. Allí fue donde descubrí el arraigo profundo y certero que esto de los “Toros” tiene en nuestra idiosincrasia y en nuestro ser cultural. Dice el refrán que “más vale tarde que nunca”, y al menos, estarán de acuerdo conmigo, en que con el paso de los años, ya estoy dentro de esta familia de lo taurino, con pleno derecho, pues ejerzo como crítico taurino de la revista “La Montera” desde hace ya catorce años.
Fue en aquella Peña Taurina ”Frascuelo” de Granada, donde conocí a un hombre mayor, que se llamaba “Pepín Pérez Siles”, que por desgracia murió hace unos años, con el que me gustaba mucho hablar y que era un auténtico “peregrino” de Curro Romero. Pepín era ya un jubilado septuagenario cuando yo le conocí, que no se cansaba de contarme que había bautizado a su último nieto envuelto en un capote de seda que le regaló hacía muchos años Curro Romero. Me llamó la atención como una persona de su edad (unos setenta años, con hijos mayores y varios nietos), podía sentir una fe tan ciega hacia el hacer de Curro Romero y tener a su edad una ilusión tan fuerte por algo. Él me lo fue explicando todo de manera muy sencilla y trasmitiéndome sus sentimientos y conocimientos, y yo... sin darme cuenta, un buen día comprendí que me había convertido en un “currista” sin remedio, como él. Después el destino me llevó a Sevilla y allí encontré algunas claves para comprender aun mejor este fenómeno sentimental que se había producido en mi interior.
El “currismo” es en su esencia, ni más ni menos, un sentimiento estético. Don Miguel de Unamuno decía que: “Los sentimientos son pensamientos en conmoción” y la emoción del toreo, tanto para el que lo hace como para el que lo ve, nace de ese sentimiento conmovido. He leído también, como Joselito “El Gallo” decía que: “En el toreo se puede aprender todo menos eso, menos el sentimiento, porque eso es un don que cada uno trae al mundo y el que no lo trae no será nunca un torero de verdad”. Y yo creo, que Curro Romero ha sido uno de esos toreros que lo han sido de verdad, y por suerte o por desgracia hoy en día hay muy pocos toreros de verdad. Lidiadores muchos, pero toreros de verdad, son aquellos a los que se les llama, yo creo que con desdén y mal definidos: “artistas”. Pienso que por la misma regla de tres, a los que no lo son se les debería de llamar “lidiadores”, que es una cosa muy distinta. (Continuará mañana).
En estos momentos quiero hacer un esfuerzo mental e imaginar los sentimientos de un torero segundos antes de salir al albero, cuando en la puerta de cuadrillas esperan la orden del presidente, con el sonido de fondo del murmullo del público en los tendidos, ansiosos de espectáculo, con la montera calada hasta las cejas, el sol de frente y el capote de seda pegado al cuerpo con la fuerza de un puño en el costado. La boca seca y un fuerte pellizco en el estómago fruto del nerviosismo. Es el miedo al resultado incierto. El miedo a lo desconocido. El miedo a esa muerte negra y con cuernos, que espera impaciente en la umbría de toriles. Algo parecido es lo que en estos momentos siento yo, salvando las distancias, así que igual que los buenos toreros, voy a parar el toro, templarlo y torearlo con el corazón abierto.
Dicho esto, debo de adelantarles que a lo largo de mi exposición, les voy a hablar lo menos posible de los valores taurinos de Curro Romero de todos ya conocidos, y mucho de mí mismo: de un ser humano sensible a las expresiones plásticas y estéticas de la Fiesta de los Toros, que es donde mejor quedan creo yo expresadas estas cuestiones de índole superior y del alma. Les voy a hablar de mis reflexiones filosóficas sobre la vida, sobre el amor, sobre la felicidad, la amistad y sobre la “verdad absoluta” cómo el único camino plausible de un ser humano que pretende cruzar la ruta de su vida con honradez y dignidad. Todo ello, claro esta, alumbrado desde la Fiesta de los Toros y desde la fuerza espiritual que da el sentirse todavía profundamente “currista”, que para mí es un estado, como estar en “gracia de Dios” o lo que es lo mismo, en el camino de la “verdad absoluta”. He de confesar que yo fui un advenedizo en esto. Vamos que llegué a esto de los Toros un poco tarde. Aunque mi padre me aficionó a la Fiesta desde que yo era muy niño, nunca como en estos últimos años de mi vida he sentido este espectáculo como ahora, como una auténtica pasión que me llega a lo más profundo de mi alma. Digamos que el “enamoramiento” por el toreo de Curro Romero, la Fiesta y su entorno, lo descubrí hace unos veinte años. Precisamente cuando vivía en Granada, donde tuve una actividad como aficionado taurino muy febril, ya que incluso llegué a ser uno de los socios fundadores de la Peña Taurina “Frascuelo”. Allí fue donde descubrí el arraigo profundo y certero que esto de los “Toros” tiene en nuestra idiosincrasia y en nuestro ser cultural. Dice el refrán que “más vale tarde que nunca”, y al menos, estarán de acuerdo conmigo, en que con el paso de los años, ya estoy dentro de esta familia de lo taurino, con pleno derecho, pues ejerzo como crítico taurino de la revista “La Montera” desde hace ya catorce años.
Fue en aquella Peña Taurina ”Frascuelo” de Granada, donde conocí a un hombre mayor, que se llamaba “Pepín Pérez Siles”, que por desgracia murió hace unos años, con el que me gustaba mucho hablar y que era un auténtico “peregrino” de Curro Romero. Pepín era ya un jubilado septuagenario cuando yo le conocí, que no se cansaba de contarme que había bautizado a su último nieto envuelto en un capote de seda que le regaló hacía muchos años Curro Romero. Me llamó la atención como una persona de su edad (unos setenta años, con hijos mayores y varios nietos), podía sentir una fe tan ciega hacia el hacer de Curro Romero y tener a su edad una ilusión tan fuerte por algo. Él me lo fue explicando todo de manera muy sencilla y trasmitiéndome sus sentimientos y conocimientos, y yo... sin darme cuenta, un buen día comprendí que me había convertido en un “currista” sin remedio, como él. Después el destino me llevó a Sevilla y allí encontré algunas claves para comprender aun mejor este fenómeno sentimental que se había producido en mi interior.
El “currismo” es en su esencia, ni más ni menos, un sentimiento estético. Don Miguel de Unamuno decía que: “Los sentimientos son pensamientos en conmoción” y la emoción del toreo, tanto para el que lo hace como para el que lo ve, nace de ese sentimiento conmovido. He leído también, como Joselito “El Gallo” decía que: “En el toreo se puede aprender todo menos eso, menos el sentimiento, porque eso es un don que cada uno trae al mundo y el que no lo trae no será nunca un torero de verdad”. Y yo creo, que Curro Romero ha sido uno de esos toreros que lo han sido de verdad, y por suerte o por desgracia hoy en día hay muy pocos toreros de verdad. Lidiadores muchos, pero toreros de verdad, son aquellos a los que se les llama, yo creo que con desdén y mal definidos: “artistas”. Pienso que por la misma regla de tres, a los que no lo son se les debería de llamar “lidiadores”, que es una cosa muy distinta. (Continuará mañana).
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