Por El Zubi
En muchos pueblos y ciudades de España, la Fiesta va unida inevitablemente a la cultura del toro. Sin los toros no habría Fiesta. Recordemos aquel episodio en que un toro de El Raso, coprotagonizó el episodio del milagro de San Pedro Regalado, patrón de Valladolid y desde 1951 patrón de los toreros. En Almodóvar del Campo (Ciudad Real), en Cuéllar (Segovia), en El Viso de los Pedroches (Córdoba), en Elche de la Sierra (Albacete), en Coria (Cáceres), en La Bóveda de Toro (Zamora), en San Sebastián de los Reyes (Madrid), en Arroyo de la Encomienda y en Medina del Campo (Valladolid) o en Pamplona por San Fermín y en tantos otros pueblos de España, hay algo más que encierros y corridas de toros. Hay un estallido colectivo, ritual, casi religioso que conviene observar y tener muy en cuenta.
Una vez sentadas las bases del germen de la Fiesta hay que analizar a ésta desde los distintos puntos de vista a donde llega. Sorprendentemente, ha sido el profesor Enrique Tierno Galván, quien a mi juicio mejor ha diseccionado los entresijos sociales, antropológicos y culturales de la Fiesta, de todos cuantos intelectuales han filosofado con mayor o menor fortuna sobre ella. Y digo sorprendentemente, porque dudo mucho, que el viejo profesor, en 1951 fecha en que publicó el ensayo “Los Toros, acontecimiento nacional” hubiera asistido a alguna corrida de toros ya que estuvo exiliado desde muchos años antes. Tierno Galván define como un acontecimiento a “la realización en espectáculo de una concepción del mundo o todo espectáculo que significa una concepción del mundo”. Por ejemplo una procesión de Semana Santa es un espectáculo. La Opera es un espectáculo. Un partido de fútbol es un espectáculo y los toros... también lo son. Cada uno de estos espectáculos debemos de encuadrarlos dentro del carácter de la comunidad en que se encuentran, comunidad que por sí tiene una concepción del mundo que es la que da sentido a cada espectáculo. Los “acontecimientos” además en nuestra civilización occidental, se van reduciendo a pura “espectacularidad”: por ejemplo un desfile militar, las procesiones de Semana Santa... y algo similar ocurre con los toros, una actitud análoga a la de los romanos respecto a sus fiestas circenses. Sin embargo, los toros como acontecimiento conlleva una concepción del mundo que es exclusiva de los españoles.
La opera por ejemplo es un acontecimiento asimilable a los italianos. Algo parecido ocurre con los toros, pues ha sido una constante en la historia de España: un acontecimiento que aglutina sin duda la unidad de sus distintos pueblos, y en este país, ser indiferente a los toros como acontecimiento, supone ser un extraño respecto a la generalidad psicológica de los españoles. El día que los españoles vayamos a los toros con el talante del que va por ejemplo al cine, España puede que esté muy enferma o puede haber muerto. Fíjense en lo que les digo. Y esto se basa creo yo en la lidia del toro, que es algo que ocurre en esta tierra desde la antigüedad más profunda de la historia de España, por eso este animal, el toro, es el símbolo de lo español. Ahí se explica el por qué del odio y la fobia que algunos políticos nacionalistas descerebrados, tienen a este espectáculo, porque es algo genuinamente español, tal vez lo mas español de nuestra cultura. No hay que buscar por tanto en esa actitud hostil de esos necios, una postura ecologista, pacifista o medioambiental.
La lidia del toro como acontecimiento es junto con los espectáculos religiosos el que más tirón y mayor aglutinamiento social tienen. A las plazas de toros asiste la mayoría del pueblo sin ausencia de ningún estrato social: allí hay siempre, personas de todos los gremios: comerciantes, artesanos, profesionales liberales, clero, nobleza y hasta el Rey. Las plazas de toros son pues los lugares asamblearios por excelencia dentro del conjunto urbano de edificios de cualquier ciudad española. Es el lugar físico, social y psicológico en el que la totalidad de un pueblo convive intensamente en una misma situación psicológica, y esto hace que este acontecimiento sea singular, ya que esto no ocurre en ningún otro escenario urbano ni en ningún otro espectáculo.
En Inglaterra por ejemplo, el “acontecimiento definidor” siempre ha sido su Parlamento y el juego del “criquet”, y en otros pueblos europeos sus instituciones políticas. En España nunca ha sido así. Aquí las instituciones políticas nunca tuvieron ese carácter. El español pobre o rico, se siente protagonista en la plaza como gran escenario, para hacer su papel. Es por tanto la Fiesta de los Toros, “la gran fiesta barroca”, el teatro barroco por excelencia con la plaza como escenario. Algo parecido a lo que ocurre con las procesiones de Semana Santa, en que las calles se convierten en un gran escenario lleno de personajes espontáneos y cada uno hace su papel sin necesidad de un director de escena.
Se puede hablar además de la Fiesta de los Toros como un acontecimiento democrático. El único acontecimiento o espectáculo en la historia de España en el que el pueblo manda y opina, influyendo directamente en lo que acontece en el ruedo. El único espectáculo en el que el público puede censurar e incluso insultar a la máxima autoridad del mismo. Un acontecimiento democrático que ha convivido con cualquier sistema político, que perduró en su espíritu democrático en el transcurso de cualquier sistema o régimen, que convivió con monarquías absolutistas y con dos dictaduras, durante la de Primo de Rivera y la del general Franco sin que sufrieran ningún menoscabo en su esencia democrática. En este espectáculo un pañuelo equivale a un voto. Aunque es verdad que siempre han pesado más los pañuelos de sombra que los de sol.
De otra parte, los toros son el acontecimiento que más ha educado social e incluso políticamente al pueblo español. En el acontecimiento taurino había desde la antigüedad una estrecha colaboración entre la nobleza y el pueblo. Durante los siglos XVI y XVII se observa como el protagonismo en la Fiesta correspondió a la nobleza aristocrática. Los nobles eran quienes a caballo lanceaban a los toros. Un siglo después, en el XVIII, se impone el toreo a pie (a mediados de siglo exactamente), es decir el toreo del pueblo, que conquista definitivamente este acontecimiento social para sí y es cuando la nobleza pierde la función directora. Felipe V y Fernando VI (dos monarcas afrancesados), no vieron con buenos ojos este espectáculo y la nobleza aristocrática, seguidora como borregos de los gustos reales, abandonan la práctica de lancear los toros. El acontecimiento taurino tiene pues mucho de insólito ya que se trata de una conquista del pueblo, que se apodera de lo que antes sólo compartía pero siendo un comparsa. El pueblo identificado con este acontecimiento, lo adoptó como suyo.
(Continúa mañana)
Esto recobra mayor carácter de ensayo. Muy bien Rafael
ResponderEliminarUn abrazo
Querdio amigo Félix, racias por tu lealtad duaria hacia mi blog y mi persona. Esto qu estoy publicando es una conferencia que escribi hace años y que he dado en media España, tras haber consultados al menos 25 libros de los que bebí lo que ahí muestro, Son VII capítulos y algunos de ellos hasta divertidos. Un abrazo
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