Por El Zubi
Miguel Morilla Espinar “Atarfeño”, fue un novillero granadino nacido en Atarfe el 17 de noviembre de 1909, que murió con 25 años de una cornada mortal que le infirió el 2 de septiembre de 1934 el toro “Estrellito”, de la ganadería de Rufino Moreno Santamaría, en la antigua Plaza de Toros del Triunfo en Granada.
“Atarfeño” debutó con picadores en Priego de Córdoba en 1927 junto a “Parrita” y el lucentino “Parejito”. El 17 de mayo de 1929 se presentó en Madrid como novillero consumado dejando una extraordinaria sensación entre los aficionados. Llevaba muy bien su carrera como torero hasta que llega el año 1934. El 2 de septiembre se anuncia su despedida como novillero en Granada, donde se encierra con seis novillos toros de la ganadería de don Rufino Moreno Santamaría. Su próxima actuación como matador iba a ser un mes más tarde, el 2 de octubre en la Plaza del Puerto Santa María, donde iba a tomar la alternativa de manos del mismísimo Juan Belmonte, pero el desafortunado “Atarfeño” no pudo cumplir esta importante cita ya que murió esa tarde de su despedida como novillero. El soñado y ansiado doctorado no iba a tener a sus paisanos como testigos ya que estaba previsto en la plaza del Puerto de Santa María -nada menos que con el maestro Juan Belmonte de padrino- y por eso tal vez Miguel no dudó en encerrarse en su querida Plaza del Triunfo con seis astados grandes y cornalones. Era un gesto de paisanaje que pretendía ser también gesta importante, truncada fatalmente durante la lidia del segundo toro, cuando el citado Estrellito berrendo en negro, gordo, gran¬de y manso, que había llegado al último tercio con mucho poder y avisado, le corneó brutalmente en la ingle y le secciono la arteria femoral y la vena safena. Fue al darle el tercer pase de muleta, falleciendo a poco de entrar en la enfermería. Atarfeño ganaba esa tarde mil duros y estrenó un terno azul y plata. El novillero Epifanio Bulnes, que actuaba de sobresaliente, despachó tres toros, pues al conocer el público la muerte del torero hizo que se suspendie¬ra la corrida. Los astados de aquella tarde no eran todos del hierro anunciado de Rufino Moreno Santamaría, de Sevilla. Dos de ellos pertenecían a la ganadería de Julio Garrido de Vílchez, de Jaén. Estos dos Últimos, desecho de tienta y cerrado, como los restantes, llevaban al parecer dos meses en los corrales de la plaza y Atarfeño, que confiaba poco en su juego, ordenó que no salieran al comienzo de la corrida. Quería el torero alcanzar el triunfo desde el primer toque de clarín y tenía más fe en poder hacerla con los novillos de Rufino Moreno. Miguel Morilla, Atarfeño, que viste para la ocasión de azul celeste y plata, sale decidido. Está con enormes ganas y se deja notar en el que abre plaza, a pesar de que no puede hacer faena de orejas. Una vuelta al ruedo es el premio a su meritoria labor. Estrellito, segundo de la tarde, ya está en el ruedo. Manso y peligroso, toma cuatro puyazos y tres pares de banderillas. Miguel advierte las dificultades de su enemigo nada más instrumentarle un pase por bajo, según se relata en IDEAL, periódico que dedicó cinco páginas a la cogida y muerte del espada granadino: “Inicia Atarfeño la faena de muleta con un pase por bajo y huye del toro; dos más después de buscado y cambia la espada con la que estaba haciendo la faena por la de muerte. Otro pase por bajo y al dar el segundo, delante del tendido uno, casi en el centro del redondel, el astado engancha al matador, metiéndole la cabeza entre las piernas. Tira el toro la cornada y el torero sale despedido por los aires; la res lo busca en el suelo y lo pisotea, rompiéndole la taleguilla. Hay un lío en los peones y, al fin, Jesús Fandila, en un rasgo de valentía, lo saca a rastras de los cuernos del toro. ‘Atarfeño’ se pone de pie y se sacude la taleguilla con ánimo de continuar, pero al verse el muslo manchado de sangre se apoya en el citado banderillero y se dirige hacia el más próximo burladero, desde el cual, en brazos de las asistencias, pasa a la enfermería, dejando un reguero de sangre por el callejón. La cogida ha producido una enorme impresión en el público que, desde el primer momento, se ha percatado de la importancia del percance”. Miguel Morilla también fue consciente desde el primer momento de la gravedad de la cornada. “Cogedme bien que me caigo”, le dice a Fandila y a su hermano José, que le ayudaron a levantarse. “Que me desangro, que me muero,” añade el torero. Un monosabio y el futbolista Pepe Carmona, íntimo amigo suyo, lo llevan hasta la enfermería, donde el doctor Francisco Fernández Cambil le opera inmediatamente en unas condiciones dramáticas. Del patetismo de la situación vivida en la enfermería ha quedado el testimonio gráfico de Torres Molina publicado en IDEAL y en el que puede verse al diestro con la cabeza fuera de la camilla totalmente inclinada hacia atrás. La enorme pérdida de sangre hacía temer un fatal desenlace y se pretendía de esta forma que no dejara de circular el flujo sanguíneo por el cerebro. “Me derramo por la vegija, me muero “, le comenta angustiado Atarfeño a los médicos, que tratan desesperadamente de reponer la sangre y ligar las arterias y venas. “No hagáis nada, todo es inútil, quiero morirme para no sufrir más”, suplica el torero, que pide a los amigos: “Id por mi hijo corriendo. ¡Hijo mío!”. El niño estaba con su abuela materna en el hotel San Pedro y no pudo ver a su padre con vida. Atarfeño moría instantes después, a las siete menos veinte de la tarde, rodeado de los médicos, de su ex apoderado, Vicente Benítez, de Joaquín Sabrás, catedrático en Madrid y amigo de Miguel, y del periodista Juan García Canet, Juanito. En una habitación contigua se encontraban los hermanos del torero, su suegro y gran número de amigos y curiosos. También estaba en las dependencias de la enfermería el picador Francisco Embiz, Chófer, lesionado por el tercer novillo y que esperaba, conmovido por el drama, asistencia médica. Años después, Francisco Embiz también pasaría a engrosar la lista de víctimas de la fiesta por un fatídico percance ocurrido en la Plaza de Toros de Málaga. El parte facultativo emitido por el doctor Fernández Cambil, jefe médico de la enfermería, define así la cornada: “Una herida en el tercio superior de la cara interna del muslo izquierdo que secciona los músculos aproximadores, arteria femoral, vasos colaterales y vena safena. Pronóstico gravísimo”. El dictamen de la autopsia realizada por los forenses Francisco Sánchez Gerona y Damián Balaguer, con auxilio de los practicantes Molina de Haro y Olóriz, confirma la herida. Dice así: “La herida se encontraba en el tercio superior de la cara anterior del muslo izquierdo con dirección de abajo arriba y de dentro a fuera. Presentaba destrozos de los planos musculares e interesaba el paquete vásculo-nervioso de dicha región. La arteria y venas seccionadas causantes de la hemorragia intensa que originó la muerte aparecían todas ligadas. La herida tenía una longitud de 15 centímetros. Al abrir la caja torácica se aprecian los síntomas propios del colapso originado por la hemorragia”. José Luis Entrala, autor de un formidable y extensísima trabajo sobre la vida y tragedia de Miguel Morilla, Atarfeño, publicado en IDEAL en 1988, analiza con gran rigor, a través de testimonios directos y de documentos escritos, las circunstancias que rodearon la muerte del torero granadino. Gracias a ello se ha podido saber que la situación en la enfermería se complicó notablemente ante la carencia de suero, que era necesario inyectar en grandes cantidades para suplir la falta de sangre. Los periódicos denunciaron que incluso faltaba la jeringuilla para inyectar el suero y que alguien fue corriendo a traerla a la Casa de Socorro, distante varios kilómetros de la Plaza del Triunfo. ¿Fue mortal de necesidad la herida de Atarfeño? ¿Existieron los medios oportunos para evitarla? ¿Tuvo el torero la asistencia debida? Las interrogantes han quedado despejadas con la prudencia, ambigüedad y reserva que un hecho así aconseja. Lo único que sí está claro es que aquella aciaga tarde del 2 de septiembre de 1934 murió un torero y se desvanecieron muchos sueños de gloria. (Continua mañana)
“Atarfeño” debutó con picadores en Priego de Córdoba en 1927 junto a “Parrita” y el lucentino “Parejito”. El 17 de mayo de 1929 se presentó en Madrid como novillero consumado dejando una extraordinaria sensación entre los aficionados. Llevaba muy bien su carrera como torero hasta que llega el año 1934. El 2 de septiembre se anuncia su despedida como novillero en Granada, donde se encierra con seis novillos toros de la ganadería de don Rufino Moreno Santamaría. Su próxima actuación como matador iba a ser un mes más tarde, el 2 de octubre en la Plaza del Puerto Santa María, donde iba a tomar la alternativa de manos del mismísimo Juan Belmonte, pero el desafortunado “Atarfeño” no pudo cumplir esta importante cita ya que murió esa tarde de su despedida como novillero. El soñado y ansiado doctorado no iba a tener a sus paisanos como testigos ya que estaba previsto en la plaza del Puerto de Santa María -nada menos que con el maestro Juan Belmonte de padrino- y por eso tal vez Miguel no dudó en encerrarse en su querida Plaza del Triunfo con seis astados grandes y cornalones. Era un gesto de paisanaje que pretendía ser también gesta importante, truncada fatalmente durante la lidia del segundo toro, cuando el citado Estrellito berrendo en negro, gordo, gran¬de y manso, que había llegado al último tercio con mucho poder y avisado, le corneó brutalmente en la ingle y le secciono la arteria femoral y la vena safena. Fue al darle el tercer pase de muleta, falleciendo a poco de entrar en la enfermería. Atarfeño ganaba esa tarde mil duros y estrenó un terno azul y plata. El novillero Epifanio Bulnes, que actuaba de sobresaliente, despachó tres toros, pues al conocer el público la muerte del torero hizo que se suspendie¬ra la corrida. Los astados de aquella tarde no eran todos del hierro anunciado de Rufino Moreno Santamaría, de Sevilla. Dos de ellos pertenecían a la ganadería de Julio Garrido de Vílchez, de Jaén. Estos dos Últimos, desecho de tienta y cerrado, como los restantes, llevaban al parecer dos meses en los corrales de la plaza y Atarfeño, que confiaba poco en su juego, ordenó que no salieran al comienzo de la corrida. Quería el torero alcanzar el triunfo desde el primer toque de clarín y tenía más fe en poder hacerla con los novillos de Rufino Moreno. Miguel Morilla, Atarfeño, que viste para la ocasión de azul celeste y plata, sale decidido. Está con enormes ganas y se deja notar en el que abre plaza, a pesar de que no puede hacer faena de orejas. Una vuelta al ruedo es el premio a su meritoria labor. Estrellito, segundo de la tarde, ya está en el ruedo. Manso y peligroso, toma cuatro puyazos y tres pares de banderillas. Miguel advierte las dificultades de su enemigo nada más instrumentarle un pase por bajo, según se relata en IDEAL, periódico que dedicó cinco páginas a la cogida y muerte del espada granadino: “Inicia Atarfeño la faena de muleta con un pase por bajo y huye del toro; dos más después de buscado y cambia la espada con la que estaba haciendo la faena por la de muerte. Otro pase por bajo y al dar el segundo, delante del tendido uno, casi en el centro del redondel, el astado engancha al matador, metiéndole la cabeza entre las piernas. Tira el toro la cornada y el torero sale despedido por los aires; la res lo busca en el suelo y lo pisotea, rompiéndole la taleguilla. Hay un lío en los peones y, al fin, Jesús Fandila, en un rasgo de valentía, lo saca a rastras de los cuernos del toro. ‘Atarfeño’ se pone de pie y se sacude la taleguilla con ánimo de continuar, pero al verse el muslo manchado de sangre se apoya en el citado banderillero y se dirige hacia el más próximo burladero, desde el cual, en brazos de las asistencias, pasa a la enfermería, dejando un reguero de sangre por el callejón. La cogida ha producido una enorme impresión en el público que, desde el primer momento, se ha percatado de la importancia del percance”. Miguel Morilla también fue consciente desde el primer momento de la gravedad de la cornada. “Cogedme bien que me caigo”, le dice a Fandila y a su hermano José, que le ayudaron a levantarse. “Que me desangro, que me muero,” añade el torero. Un monosabio y el futbolista Pepe Carmona, íntimo amigo suyo, lo llevan hasta la enfermería, donde el doctor Francisco Fernández Cambil le opera inmediatamente en unas condiciones dramáticas. Del patetismo de la situación vivida en la enfermería ha quedado el testimonio gráfico de Torres Molina publicado en IDEAL y en el que puede verse al diestro con la cabeza fuera de la camilla totalmente inclinada hacia atrás. La enorme pérdida de sangre hacía temer un fatal desenlace y se pretendía de esta forma que no dejara de circular el flujo sanguíneo por el cerebro. “Me derramo por la vegija, me muero “, le comenta angustiado Atarfeño a los médicos, que tratan desesperadamente de reponer la sangre y ligar las arterias y venas. “No hagáis nada, todo es inútil, quiero morirme para no sufrir más”, suplica el torero, que pide a los amigos: “Id por mi hijo corriendo. ¡Hijo mío!”. El niño estaba con su abuela materna en el hotel San Pedro y no pudo ver a su padre con vida. Atarfeño moría instantes después, a las siete menos veinte de la tarde, rodeado de los médicos, de su ex apoderado, Vicente Benítez, de Joaquín Sabrás, catedrático en Madrid y amigo de Miguel, y del periodista Juan García Canet, Juanito. En una habitación contigua se encontraban los hermanos del torero, su suegro y gran número de amigos y curiosos. También estaba en las dependencias de la enfermería el picador Francisco Embiz, Chófer, lesionado por el tercer novillo y que esperaba, conmovido por el drama, asistencia médica. Años después, Francisco Embiz también pasaría a engrosar la lista de víctimas de la fiesta por un fatídico percance ocurrido en la Plaza de Toros de Málaga. El parte facultativo emitido por el doctor Fernández Cambil, jefe médico de la enfermería, define así la cornada: “Una herida en el tercio superior de la cara interna del muslo izquierdo que secciona los músculos aproximadores, arteria femoral, vasos colaterales y vena safena. Pronóstico gravísimo”. El dictamen de la autopsia realizada por los forenses Francisco Sánchez Gerona y Damián Balaguer, con auxilio de los practicantes Molina de Haro y Olóriz, confirma la herida. Dice así: “La herida se encontraba en el tercio superior de la cara anterior del muslo izquierdo con dirección de abajo arriba y de dentro a fuera. Presentaba destrozos de los planos musculares e interesaba el paquete vásculo-nervioso de dicha región. La arteria y venas seccionadas causantes de la hemorragia intensa que originó la muerte aparecían todas ligadas. La herida tenía una longitud de 15 centímetros. Al abrir la caja torácica se aprecian los síntomas propios del colapso originado por la hemorragia”. José Luis Entrala, autor de un formidable y extensísima trabajo sobre la vida y tragedia de Miguel Morilla, Atarfeño, publicado en IDEAL en 1988, analiza con gran rigor, a través de testimonios directos y de documentos escritos, las circunstancias que rodearon la muerte del torero granadino. Gracias a ello se ha podido saber que la situación en la enfermería se complicó notablemente ante la carencia de suero, que era necesario inyectar en grandes cantidades para suplir la falta de sangre. Los periódicos denunciaron que incluso faltaba la jeringuilla para inyectar el suero y que alguien fue corriendo a traerla a la Casa de Socorro, distante varios kilómetros de la Plaza del Triunfo. ¿Fue mortal de necesidad la herida de Atarfeño? ¿Existieron los medios oportunos para evitarla? ¿Tuvo el torero la asistencia debida? Las interrogantes han quedado despejadas con la prudencia, ambigüedad y reserva que un hecho así aconseja. Lo único que sí está claro es que aquella aciaga tarde del 2 de septiembre de 1934 murió un torero y se desvanecieron muchos sueños de gloria. (Continua mañana)
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