El torero valenciano Manuel Granero Valls ocupó poco tiempo el primer lugar del escalafón taurino, pero su breve paso por el toreo fue glorioso. El toro Pocapena, de la ganadería del duque de Veragua, lo mató de la manera más horrenda y trágica que haya tenido torero en la historia de la tauromaquia. Treinta ocho años más tarde la afición valenciana (1960) quiso hacerle “santo”, pues al hacer su familia unas obras de mejora en el panteón donde reposaban sus restos, se descubrió que el cuerpo de Granero permanecía incorrupto, noticia que corrió como la pólvora por Valencia y que aquel mes de noviembre de 1960, fecha del descubrimiento, ocupó las primeras páginas de todos los periódicos valencianos.
La muerte de Granero no obstante estuvo marcada por señales y presentimientos tiempo antes de que se produjera. Así lo contó años después su banderillero Blanquet, que fue peón de Joselito y lo vio morir en Talavera, y después fue subalterno de Granero y también vivió de cerca la tragedia aquella tarde del 7 de mayo de 1922 en Madrid. Blanquet dijo que las dos aciagas tardes ambos toreros antes de salir a la plaza “olían a muerto”. La muerte de Granero reunió además dos circunstancias. Por un lado el torero valenciano ocupaba el trono vacante dejado por Joselito a su muerte y por Belmonte que se había retirado. En esos momentos era el “rey de la Fiesta”. De otro lado su muerte ha sido la más violenta que se ha producido en los ruedos a lo largo de la historia del toreo, pues además de darle varias cornadas en los muslos, el toro Pocapena le reventó la cabeza contra el estribo de la barrera al meterle un cuerno por el ojo derecho. Cuando lo llevaban a la enfermería como a un guiñapo, el torero había perdido la masa encefálica y le colgaba de la cara el ojo derecho. La visión fue esperpéntica.
Dicen que fue una muerte anunciada y que los últimos meses de su vida estuvieron llenos de malos augurios. Como por ejemplo que ese año de 1922 la actriz Maximiliá Thous estrenara en el Teatro Ruzafa de Valencia dos obras en el mismo cartel: “Granero Club” y “Pocapena”, dos palabras que unos meses antes de la muerte del torero estuvieron juntas en cartel. También meses antes de torear en Madrid, Granero fue invitado a una fiesta en su ciudad natal y una pitonisa que había allí, le pronosticó delante de su tío Paco Juliá y de su mozo de estoques Finezas, que Manolo moriría en un 7, un 14 o un 21 de mayo. Su muerte se produjo el 7 de mayo en Madrid. El día de la mortal cornada se vistió de torero en casa de su amigo y paisano el periodista Manuel Gómez Domingo “Rienzi” en la calle Marqués de Urquijo, en el barrio de Moncloa. “Rienzi” siempre dijo que aquel fatídico día el torero le confesó que se encontraba pesimista. Ese día 7 de mayo y a la misma hora de su muerte, el Real Madrid goleaba en el Bernabéu 6-1 al equipo inglés Civil Service. Granero vistió para la ocasión un terno azul marino y oro, y alternó con Juan Luis de la Rosa y Marcial Lalanda que confirmaba su alternativa.
A Dolores Redondo, esposa del periodista Rienzi, aquella tarde le ocurrieron dos cosas que la dejaron perpleja. Como cada tarde que toreaba en Madrid Granero, ella se iba a la Iglesia del Buen Suceso a rezar por el torero. Allí le encendió un cirio para que no le pasara nada malo y se puso a rezar. A los pocos minutos el cirio se cayó violentamente al suelo y la mujer se llevó un desagradable sobresalto. Se asustó mucho y sintió que el corazón se le encogía. Dolores Redondo optó por regresar a casa y esperar allí el regreso del torero y de su marido. En el momento de entrar a su casa acababa de saltar al ruedo Pocapena. Al llegar allí se asustó aun más al comprobar que en el aparador del salón se había apagado sin causa aparente una lamparilla que le había puesto a la Virgen de los Desamparados antes de salir. El cirio y la lamparilla fueron dos malos augurios y pensó en ese momento que a Manolo Granero le iba a ocurrir algo muy malo. Pocapena, según contó semanas después Manuel Valdés Larrañaga, yerno del duque de Veragua, era un toro extraño. Dijo que el mayoral y los vaqueros de la ganadería lo consideraron siempre un animal huraño y solitario, que se retiraba solo y apartado del resto de manada a un montículo que había en la dehesa. Pocapena era un toro cárdeno, bragado, grande, gordo con mucha cabeza y unos pitones como puñales, era astifino y según cuentan las crónicas... burriciego y con tendencia a acostarse por el pitón derecho. A Granero lo enterraron el 9 de mayo de 1922 entre escenas multitudinarias de dolor y pena protagonizadas por gentes de todas las condiciones sociales.
El 3 de noviembre de 1960 en Valencia surgen dos noticias que acaparan las portadas de los periódicos: una el homenaje a la ilustre valenciana Lucrecia Bori, la gran diva del Metropolitan de Nueva York, y la otra surge en el cementerio de Valencia. Al parecer Manolo Granero había sido desenterrado y se había descubierto con estupor que su cadáver se conservaba incorrupto. La imaginación popular de los valencianos hizo el resto y convirtieron por unas semanas al torero violinista en “santo incorrupto”. Ese día 3 de noviembre de 1960 Lucrecia Bori y Manolo Granero, 38 años después de su muerte, fueron los máximos protagonistas en los periódicos locales.
Lo ocurrido lo contaba su propia hermana Consuelo Granero Valls (que aparece en una de las fotos que mostramos junto a la tumba del torero), a todos cuantos entraban al estanco que regentaba en su barrio. Todo ocurrió al parecer, cuando la familia tuvo que hacer unas obras de mejora en el mausoleo y panteón familiar y apareció el cuerpo del torero incorrupto y amortajado tal como lo enterraron 38 años antes. Ella no se cansaba de decir: “Manolo era un ángel, era un hombre muy bueno”, y estas afirmaciones que las hacía un día y otro a periodistas y clientes que por allí llegaban a comprar tabaco y conocer de primera mano la noticia, contribuyeron sin duda a aumentar aún más la psicosis de “santidad” del infortunado Granero. Lo ocurrido la contó doña Consuelo con estas palabras: “Yo pretendía saber como se abría el mausoleo para en el futuro hacer algunos arreglos. No pensaba encontrarme con una caja de plata exactamente igual a la de Joselito. Los obreros llevaban más de tres horas intentando mover las piedras, y me pidieron permiso para levantar la tapa del ataúd. La sorpresa fue extraordinaria, pues pensaba encontrarme con un montón de huesos y vi allí aquella cara que era la suya, la misma que tenía amortajada al día siguiente de la cogida. A los obreros se les cambió el color de la cara. Palidecieron... Y yo me quedé muda. No pude resistir y rompí a llorar. Mejor hubiera sido no verlo... ”.
Lo cierto es que el hecho suscitó un gran revuelo en Valencia, tanto que la misma Iglesia valenciana presionó al Ayuntamiento de la capital para que se creara una Comisión que investigara lo ocurrido, pues toda Valencia quería elevar ya a los altares al pobre Manolo Granero. El médico forense municipal, un tal Luís Valls, reconoció que se trataba sin duda de un caso muy raro y singular, pues la incorruptibilidad de los cuerpos solía darse cuando estos eran enterrados bajo tierras calizas, pero este no era el caso.
Días más tarde y tras interrogar una y otra vez a doña Consuelo se encontró una explicación científica y lógica a este inusitado suceso. Ella misma relató que el torero fue embalsamado varias horas más tarde de su muerte en la misma enfermería de la Plaza de Toros de Madrid, para que el cadáver fuera trasladado a Valencia de manera adecuada. El embalsamamiento fue realizado por los doctores Manuel Fritz y Enrique Slocker. Doña Consuelo Granero, dio aún mas detalles sobre el asunto, pues al parecer la familia tuvo que pagar por este trabajo nada menos que la cantidad de 7.500 pesetas de aquellos años, una cantidad desorbitada para 1922, por lo que hace pensar que estos dos doctores eran unos especialistas extraordinarios que hicieron su trabajo a conciencia.
Así pues, con las explicaciones científicas que se dieron y que fueron publicadas en los periódicos locales, se fue apagando poco a poco el fulgor popular sobre la “santidad” del desafortunado Manolo Granero, que finalmente no fue proclamado “santo” por la Iglesia, pero el hecho en sí dejó pasmados durante unas semanas a toda Valencia. A pesar de todo, no deja de ser extraordinario que después de 38 años se mantuviera incorrupto e intacto el cuerpo del torero.
La muerte de Granero no obstante estuvo marcada por señales y presentimientos tiempo antes de que se produjera. Así lo contó años después su banderillero Blanquet, que fue peón de Joselito y lo vio morir en Talavera, y después fue subalterno de Granero y también vivió de cerca la tragedia aquella tarde del 7 de mayo de 1922 en Madrid. Blanquet dijo que las dos aciagas tardes ambos toreros antes de salir a la plaza “olían a muerto”. La muerte de Granero reunió además dos circunstancias. Por un lado el torero valenciano ocupaba el trono vacante dejado por Joselito a su muerte y por Belmonte que se había retirado. En esos momentos era el “rey de la Fiesta”. De otro lado su muerte ha sido la más violenta que se ha producido en los ruedos a lo largo de la historia del toreo, pues además de darle varias cornadas en los muslos, el toro Pocapena le reventó la cabeza contra el estribo de la barrera al meterle un cuerno por el ojo derecho. Cuando lo llevaban a la enfermería como a un guiñapo, el torero había perdido la masa encefálica y le colgaba de la cara el ojo derecho. La visión fue esperpéntica.
Dicen que fue una muerte anunciada y que los últimos meses de su vida estuvieron llenos de malos augurios. Como por ejemplo que ese año de 1922 la actriz Maximiliá Thous estrenara en el Teatro Ruzafa de Valencia dos obras en el mismo cartel: “Granero Club” y “Pocapena”, dos palabras que unos meses antes de la muerte del torero estuvieron juntas en cartel. También meses antes de torear en Madrid, Granero fue invitado a una fiesta en su ciudad natal y una pitonisa que había allí, le pronosticó delante de su tío Paco Juliá y de su mozo de estoques Finezas, que Manolo moriría en un 7, un 14 o un 21 de mayo. Su muerte se produjo el 7 de mayo en Madrid. El día de la mortal cornada se vistió de torero en casa de su amigo y paisano el periodista Manuel Gómez Domingo “Rienzi” en la calle Marqués de Urquijo, en el barrio de Moncloa. “Rienzi” siempre dijo que aquel fatídico día el torero le confesó que se encontraba pesimista. Ese día 7 de mayo y a la misma hora de su muerte, el Real Madrid goleaba en el Bernabéu 6-1 al equipo inglés Civil Service. Granero vistió para la ocasión un terno azul marino y oro, y alternó con Juan Luis de la Rosa y Marcial Lalanda que confirmaba su alternativa.
A Dolores Redondo, esposa del periodista Rienzi, aquella tarde le ocurrieron dos cosas que la dejaron perpleja. Como cada tarde que toreaba en Madrid Granero, ella se iba a la Iglesia del Buen Suceso a rezar por el torero. Allí le encendió un cirio para que no le pasara nada malo y se puso a rezar. A los pocos minutos el cirio se cayó violentamente al suelo y la mujer se llevó un desagradable sobresalto. Se asustó mucho y sintió que el corazón se le encogía. Dolores Redondo optó por regresar a casa y esperar allí el regreso del torero y de su marido. En el momento de entrar a su casa acababa de saltar al ruedo Pocapena. Al llegar allí se asustó aun más al comprobar que en el aparador del salón se había apagado sin causa aparente una lamparilla que le había puesto a la Virgen de los Desamparados antes de salir. El cirio y la lamparilla fueron dos malos augurios y pensó en ese momento que a Manolo Granero le iba a ocurrir algo muy malo. Pocapena, según contó semanas después Manuel Valdés Larrañaga, yerno del duque de Veragua, era un toro extraño. Dijo que el mayoral y los vaqueros de la ganadería lo consideraron siempre un animal huraño y solitario, que se retiraba solo y apartado del resto de manada a un montículo que había en la dehesa. Pocapena era un toro cárdeno, bragado, grande, gordo con mucha cabeza y unos pitones como puñales, era astifino y según cuentan las crónicas... burriciego y con tendencia a acostarse por el pitón derecho. A Granero lo enterraron el 9 de mayo de 1922 entre escenas multitudinarias de dolor y pena protagonizadas por gentes de todas las condiciones sociales.
El 3 de noviembre de 1960 en Valencia surgen dos noticias que acaparan las portadas de los periódicos: una el homenaje a la ilustre valenciana Lucrecia Bori, la gran diva del Metropolitan de Nueva York, y la otra surge en el cementerio de Valencia. Al parecer Manolo Granero había sido desenterrado y se había descubierto con estupor que su cadáver se conservaba incorrupto. La imaginación popular de los valencianos hizo el resto y convirtieron por unas semanas al torero violinista en “santo incorrupto”. Ese día 3 de noviembre de 1960 Lucrecia Bori y Manolo Granero, 38 años después de su muerte, fueron los máximos protagonistas en los periódicos locales.
Lo ocurrido lo contaba su propia hermana Consuelo Granero Valls (que aparece en una de las fotos que mostramos junto a la tumba del torero), a todos cuantos entraban al estanco que regentaba en su barrio. Todo ocurrió al parecer, cuando la familia tuvo que hacer unas obras de mejora en el mausoleo y panteón familiar y apareció el cuerpo del torero incorrupto y amortajado tal como lo enterraron 38 años antes. Ella no se cansaba de decir: “Manolo era un ángel, era un hombre muy bueno”, y estas afirmaciones que las hacía un día y otro a periodistas y clientes que por allí llegaban a comprar tabaco y conocer de primera mano la noticia, contribuyeron sin duda a aumentar aún más la psicosis de “santidad” del infortunado Granero. Lo ocurrido la contó doña Consuelo con estas palabras: “Yo pretendía saber como se abría el mausoleo para en el futuro hacer algunos arreglos. No pensaba encontrarme con una caja de plata exactamente igual a la de Joselito. Los obreros llevaban más de tres horas intentando mover las piedras, y me pidieron permiso para levantar la tapa del ataúd. La sorpresa fue extraordinaria, pues pensaba encontrarme con un montón de huesos y vi allí aquella cara que era la suya, la misma que tenía amortajada al día siguiente de la cogida. A los obreros se les cambió el color de la cara. Palidecieron... Y yo me quedé muda. No pude resistir y rompí a llorar. Mejor hubiera sido no verlo... ”.
Lo cierto es que el hecho suscitó un gran revuelo en Valencia, tanto que la misma Iglesia valenciana presionó al Ayuntamiento de la capital para que se creara una Comisión que investigara lo ocurrido, pues toda Valencia quería elevar ya a los altares al pobre Manolo Granero. El médico forense municipal, un tal Luís Valls, reconoció que se trataba sin duda de un caso muy raro y singular, pues la incorruptibilidad de los cuerpos solía darse cuando estos eran enterrados bajo tierras calizas, pero este no era el caso.
Días más tarde y tras interrogar una y otra vez a doña Consuelo se encontró una explicación científica y lógica a este inusitado suceso. Ella misma relató que el torero fue embalsamado varias horas más tarde de su muerte en la misma enfermería de la Plaza de Toros de Madrid, para que el cadáver fuera trasladado a Valencia de manera adecuada. El embalsamamiento fue realizado por los doctores Manuel Fritz y Enrique Slocker. Doña Consuelo Granero, dio aún mas detalles sobre el asunto, pues al parecer la familia tuvo que pagar por este trabajo nada menos que la cantidad de 7.500 pesetas de aquellos años, una cantidad desorbitada para 1922, por lo que hace pensar que estos dos doctores eran unos especialistas extraordinarios que hicieron su trabajo a conciencia.
Así pues, con las explicaciones científicas que se dieron y que fueron publicadas en los periódicos locales, se fue apagando poco a poco el fulgor popular sobre la “santidad” del desafortunado Manolo Granero, que finalmente no fue proclamado “santo” por la Iglesia, pero el hecho en sí dejó pasmados durante unas semanas a toda Valencia. A pesar de todo, no deja de ser extraordinario que después de 38 años se mantuviera incorrupto e intacto el cuerpo del torero.